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LAS VOCES DE LA MEMORIA / Madrileños en Cuba














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AURELIO FRANCOS LAUREDO

 

LAS VOCES DE LA MEMORIA

 

MADRILEÑOS EN CUBA

Comunidad de Madrid

 

 

ROSITA FORNÉS

 

  

“Yo nací en Nueva York, durante un viaje que mis padres hicieron a los Estados Unidos, pero poco tiempo después vinimos para La Habana, y no fue hasta que cumplí diez años de edad que viajé por primera vez a España, con papá Fornés y mi madre, Guadalupe, a mediados de 1933.

 

Aunque desde niña yo sentía cierta inclinación hacia el arte, estimulada por la fabulosa discoteca que nos dejó mi abuelo materno, Isidro Bonavía, con música de zarzuelas, óperas y ballets clásicos —que no sólo crecí escuchando, sino que mi abuela tenía la costumbre de narrarme sus argumentos—, fue entonces, al irnos a vivir en Madrid a partir de aquel año, que madura en mí el deseo, fuertemente, de llegar a ser una artista.

 

Nuestra casa madrileña estaba en la calle de las Virtudes, por el barrio Chamberí, donde nació mi hermano José Enrique en mayo de 1935, y a medida que yo fui creciendo en esa ciudad, con once y doce años de edad, empezaron a llevarme a ver teatro y a escuchar música, con obras originales que conocí directamente a través de intérpretes españoles. Entonces, igual que antes en Cuba, cuando de pequeña yo me ponía a cantar y a tocar mi piano de juguete creyendo ser la heroína de aquellas obras que escuchaba en la victrola del abuelo, en Madrid soñaba con crecer y llegar a ser una cantante de zarzuela, de música popular, siguiendo a los ídolos que pude ver con mis propios ojos, como Imperio Argentina, Estrellita Castro y Conchita Piquer.

 

Recuerdo que también había un cantaor, Angelillo, quien hizo una innovación dentro del cante flamenco, porque él tenía una voz muy bonita, muy fresca, y lograba hacer el gorjeo más ligero, no tan jondo como se canta tradicionalmente. Te cuento todo esto, Aurelio, pues fue en ese ambiente que yo empecé a conocer las canciones de moda que se escuchaban en Madrid y a aprenderme muchas obras del repertorio típico español, lo cual, sin dudas, tuvo una influencia decisiva en mi carrera artística.

 

De pronto, al desatarse la guerra civil en España, a mediados de 1936, todo cambió de un día para otro, y nosotros cuatro tuvimos que emprender de nuevo el viaje a Cuba.

 

Fue un cambio de la noche a la mañana, sobre el que luego te contaré algunas anécdotas, así como podrás hablar con mi madre, el tronco madrileño de nuestra familia, a quien también trajeron de pequeña a esta Isla, a principios de siglo. Ella siempre ha sido muy elegante, como puedes apreciar en esta fotografía que le hicieron de niña; su nombre completo es Guadalupe Bonavía Fornoza, y nació en uno de los barrios más típicos de Madrid, Lavapiés, hace noventa y seis años.

 

Una vez asentados nosotros en La Habana, donde nació mi hermano Leopoldo en 1938, yo seguí cultivando esa música de raíz hispana que descubrí en Madrid, y cuando cumplo quince años me presento al programa de ‘La corte suprema del arte’, interpretando precisamente una canción española, La milonga de Juan Simón, con la que gano el premio de ese afamado certamen cubano, considerado mi debut en el arte.

 

Recuerdo que yo le consulté a papá qué pieza cantar ese día, y él me dijo: ‘Rosita, mejor haces un número que salga de lo común en ese programa, donde poca gente lleva el género español, y menos de corte folklórico, tan auténtico, como el cante andaluz, que es tan arraigado de España y tiene mucha aceptación en Cuba’. Bueno, también él me sugirió inscribirme como Rosita Fornés, ya que mis apellidos reales son Palet Bonavía.

 

Esa es la historia de mi primera presentación en público, y siempre recuerdo ‘La milonga’ con toda la emoción que sentí al comenzar a cantar aquel día:

 

“Cuando acabó mi condena, ay!

me vi muy solo y perdío…”

 

Un momento único, y cuando me pregunto cómo fue posible, si entonces yo era una chiquilla, sin nociones de nada, pienso que además de la canción y la intérprete en sí mismas, influyó mucho esa osadía que te da la juventud, y te impulsa a hacer cosas que nunca has hecho; lo demás es el carisma, caer bien, tener ángel, como suele decirse, algo que para un artista resulta fundamental.

 

A partir de ese éxito inicial, comienzo a tomar clases de canto y mis primeros maestros me dijeron que yo tenía una voz lírica natural, que podía cantar el género de zarzuela, opereta, e incluso ópera, por el alcance de mi registro vocal. Ante esas posibilidades yo me decidí por las dos primeras, a pesar de que admiro la ópera, y he cantado algunas arias de soprano, pero también me gusta mucho actuar, ser actriz.

 

En esos años complementé mis estudios de canto con los del arte dramático, lo que me permitió desarrollar a fondo el género de la zarzuela, donde podía hacer las dos cosas a la vez: cantar y actuar. Empiezo a trabajar en diferentes programas de la estación CMQ, en su edificio de Monte y Prado, igual que otras ‘estrellitas nacientes’, como llamaban entonces a quienes iban triunfando cada año en ‘La corte suprema del arte’, desde donde mismo nos llevaban a hacer actuaciones para rellenar la programación de la radio, con lo que comencé ganando un sueldo, sería mejor decir sueldecito, de cinco pesos semanales, sumando veinte al mes; además participé en muchas de las representaciones que hacíamos en teatros de diferentes provincias.

 

Pero yo lo que quería era aprender, formarme en el medio, a la misma vez que me daba a conocer, y así fue precisamente cuando me conoció el maestro Antonio Palacios, un actor español muy bueno, especializado en el género de la zarzuela, como intérprete cómico, quien vivía en Cuba por causa de la guerra civil española, y me vio debutar y actuar de la forma que te contaba, casi como aficionada, y entonces es cuando él me contrata para su compañía, donde hago mi primera actuación profesional, en el año 1941, interpretando ‘El asombro de Damasco’, obra de la que conservo muy gratos recuerdos y algunas fotografías, como éstas que ahora puedo mostrarte.

 

Inmediatamente, el maestro Ernesto Lecuona quiere hacer una temporada de zarzuelas y contrata toda la compañía de Palacios, incluyéndolo a él también, así como a Miguel de Grandi, quien se dedicó toda su vida a hacer ese género de zarzuela y opereta, con obras no sólo españolas sino también cubanas, y fue un gran maestro para mí en esa época, cuando tuve oportunidad de estrenar muchas zarzuelas tan conocidas como son ‘El manojo de rosas’, de Sorozábal. En aquella temporada participaron importantes cantantes invitados, incluso Eugenia Zufuli, la gran intérprete del teatro español, quien empezó por la zarzuela y terminó siendo una magnífica actriz, y en medio de todo el programa yo era la jovencita, la figura que empezaba, y unas veces hacía papeles protagónicos, y otras, la segunda, o sea la tiple cómica, como le llaman en la zarzuela, que siempre es una muchacha que canta, baila y pone mucha gracia en la obra, y en ‘El manojo de rosas’ ese personaje, Clarita, desborda gran simpatía.

 

Entre las más de cien zarzuelas y operetas que he hecho desde entonces, puedo poner como ejemplo las siguientes zarzuelas que yo estrené en Cuba: ‘La viejecita’, que es una obra de género chico, donde interpreté la dama joven; ‘Luisa Fernanda’, haciendo la Duquesa Carolina; ‘Los gavilanes’; ‘La revoltosa’, que es una obra muy bonita; ‘Agua, azucarillo y aguardiente’; ‘La corte del faraón’, que viene siendo una caricatura de la ópera ‘Aida’; y quizás la más famosa de todas: ‘La verbena de la paloma’, todo un símbolo dentro de la zarzuela. Este es un género que yo quiero mucho, y a pesar de que a veces tiene argumentos dramáticos, se basa más en el melodrama, con temas costumbristas, cómicos, pues desde sus inicios la zarzuela refleja mucho la vida en las calles de Madrid, con sus chulos famosos, muy machos, y las mujeres vueltas locas por ellos, en todo ese ambiente que recrean con gran ingenio.

 

Por otra parte, la ópera es dramática por excelencia, según puede apreciarse en ‘Don Gil de Alcalá’, donde yo hice el papel principal, mientras la opereta tiene más del voudevil cultivado por los franceses, luego retomado por vieneses y húngaros como argumento de sus operetas, y creo que, a lo largo de estos años, he podido hacer todos los títulos conocidos en Cuba, como son: ‘La viuda alegre’, ‘El conde de Luxemburgo’, y ‘La casta Susana’, por citar solo tres operetas vienesas cuya traducción y adaptación al castellano la tomamos a partir de las versiones históricamente realizadas en España.

 

Las zarzuelas pueden ser de género chico o género grande, según el tiempo que dure su interpretación, siendo las primeras de una hora, aproximadamente, y las segundas de dos horas. Eso se mantiene en las zarzuelas cubanas, y al igual que existen zarzuelas grandes, como ‘Cecilia Valdés’, y ‘El Cafetal’, también están las pequeñas, que les decían sainetes, muchas con libretos cortos hechos por Sánchez Galarraga, que por su extensión permitía poner dos obras en el programa de una misma noche.

 

Bueno, decir la zarzuela que prefiero entre todas no me resulta nada fácil, entre tantas y tantas, pero, en verdad, algunas son como parte de mi vida, por la huella que han dejado en mí, y siento especial cariño por obras muy hermosas debido a su música y a su argumento, como son ‘La revoltosa’, ‘La Luisa Fernanda’, y ‘La verbena de la paloma’; también hay otras que puedo mencionar, aunque esta nueva generación no me las ha visto hacer, como ‘El asombro de Damasco, aquella con la que debuté en 1941, en el Teatro La Comedia. Es una pena que ya no exista ese edificio, desde que los dueños de esos terrenos decidieron echarlo abajo, a pesar de sus excelentes condiciones acústicas, donde se podía cantar perfectamente sin micrófonos, como hicimos nosotros esas temporadas con el maestro Lecuona primero, y después con Palacios y de Grandi, en aquella ‘bombonera’, como le llamaban, por ser un verdadero teatro, no una sala de concierto, dos cosas parecidas pero que son diferentes.

 

Posteriormente nuestra compañía hizo otras temporadas en el Teatro Martí, cuando era un edificio muy bello, pues ahora está en ruinas, aunque parece que puede reconstruirse todavía, y también actuamos en el Teatro García Lorca, en el edificio del Centro Gallego de La Habana, que por suerte todavía se conserva como una de las mejores salas del país. Además, debo precisar que en ese primer período de mi vida artística, desde los quince hasta los veinte años, no sólo cultivé el género musical, sino también el teatro, en que debuté como actriz haciendo la Doña Inés en ‘Don Juan Tenorio’, ‘La historia de un joven pobre’ y ‘La dama de las Camelias’, con Otto Sirgo, así como con temporadas de comedia y de alta comedia, en las que trabajé contratada por Mario Martínez Casado, uno de los primerísimos actores cubanos, con quien aprendí mucho de esta profesión, haciendo incluso algunos dramas que tuvieron gran éxito.

 

Hay que ver todo lo que yo hice en Cuba antes de irme a México, entre los quince y los veinte años, edad con la que partí a ese país.

 

Allí tuve una prolongada estancia, por casi ocho años, la cual significó una consolidación de mi carrera, tras los primeros años de trabajo en La Habana, como ilustra el hecho de que en México es que debuto en una compañía de grandes revistas, contratada por un empresario argentino llamado Roberto Ratti, quien reunió mexicanos, argentinos y cubanos en unas revistas preciosas, con unos cuadros muy lindos, haciendo producciones de gran coste, con mucho dinero de respaldo. Y aquí debo hacer una anécdota, pues el día que él me vino a contratar como vedette, yo le pregunté qué quería decir aquel término y él me explicó que se aplicaba a la artista capaz de hacer un poco de todo, añadiendo: ‘usted ya ha hecho de sobra, por separado, lo que una vedette debe hacer de forma integral, en una sola revista: cantar, bailar y actuar. Cantar distintos géneros y con buena voz, bailar con agilidad y gracia, actuar según el libreto, haciendo diversos personajes’.

 

Y era así, porque yo llevaba un tiempo cantando todos los géneros, además de las típicas zarzuelas de las que te hablaba al principio, incorporando a mi repertorio canciones cubanas, boleros, y temas en distintos idiomas, que fui difundiendo por medio de los programas que yo hacía en diferentes emisoras de radio; aparte de mi experiencia en el teatro, y en la opereta, donde además de cantar hay que bailar. Bueno, aparte de esas cualidades artísticas, para ser vedette tuve que aprender algo que nunca había hecho antes: enseñar las piernas…

 

Puesto que dicha figura estelar, entre el canto, el baile y la actuación, tiene un desempeño más atrevido que cuando se canta, baila o actúa por separado, en diferentes momentos. El origen de esa palabra en cuestión, es del idioma francés y significa máxima atracción, en sentido general, y tiene una acepción muy respetada en el mundo del espectáculo.

 

El resultado que tuve en ese rol fue tan alentador, que desde entonces me mantuve como vedette, algo que se acuñó como parte de mi personalidad artística, aunque seguí cultivando el género de la zarzuela y la opereta, pero en ese tipo de revistas yo era la primera figura, donde también hay una segunda vedette, además de un cómico principal, un segundo cómico, el cantante masculino, actores, cuerpo de baile, que conforman un gran grupo artístico.

 

A principio de 1952, cuando regreso de México hacia La Habana, recién comenzaba la televisión en Cuba, y yo debuto en ese medio a través de un programa estelar, llamado ‘El Gran Teatro ESSO’, donde cada semana se ponía una zarzuela u opereta, y la primera pieza que yo interpreté allí fue ‘La casta Susana’, teniendo luego oportunidad de hacer muchas otras obras de esos géneros, tanto en ese como en otros programas televisivos.

 

A partir de esas interpretaciones, y de mi trabajo artístico en general, en el año 1953 fui elegida Miss Televisión, ocasión en que el excelente actor cubano Armando Bianchi resultó elegido Mister Televisión, algo que sin dudas influyó en nuestra futura unión tanto en el arte como en la vida, pues al poco tiempo nos casamos y fundamos una familia muy hermosa, contando con dos hijas que se llaman Rosa María y Tania.

 

Ese paso a la televisión abrió un camino muy fructífero para mi profesión, al permitirme trabajar en muchísimos programas de alcance nacional, por ambos canales, incluso algunos musicales con frecuencia semanal que hacía yo sola, y a veces con artistas invitados, como los populares ‘Desfile de la alegría’, y ‘Cita con Rosita’, donde yo he interpretando innumerables canciones, y en el caso de la zarzuela cuando no podía hacer la obra completa, debido a su estructura, al menos interpretaba un pasaje ante las cámaras, cuando no existía el video tape, como hoy en día. La televisión nunca implicó que yo dejara mi labor en el teatro, y durante años tuve que hacer, en un mismo día, actuaciones de TV y de teatro, además de la labor que emprendí en el Grupo Lírico desde su fundación.

 

Esa fue otra actividad muy creativa, iniciada con formato de agrupación lírica en el cine-teatro Payret, donde debutamos con ‘La Verbena’ y ‘La Revoltosa’ en el programa de un solo día, y luego se montaron otras obras más largas, como ‘Doña Francisquita’, y nuestra gran ‘Cecilia Valdés’. Después el Grupo Lírico pasó a la sede del Teatro García Lorca, donde debutamos con ‘La viuda alegre’, una obra que me ha dado siempre mucho valor y muchos triunfos, interpretando el personaje de Ana de Glavari, por el que me identifica el amplio público, como si fuera un papel hecho especialmente para mí, algo que sucede pocas veces durante toda una carrera.

 

A España regresé en 1957, para trabajar contratada por Joaquín Gasa, empresario muy conocido que era dueño del Teatro Cómico de Barcelona, donde debuté con ‘Linda Misterio’ una obra musicalizada por Augusto Algueró, y me mantuve haciendo una larga temporada hasta que pasé a Madrid, la misma ciudad de donde yo había salido para Cuba con trece años y ahora volvía interpretando ‘Los siete pecados capitales’, con música de los maestros Algueró y Montorio; y para mayor coincidencia, en un teatro llamado Madrid, que entonces era muy grande y luego lo han modificado, con varias salas de cine, en pleno centro histórico, a una cuadra de la Puerta del Sol.

 

Después hicimos otras temporadas en el teatro Calderón, así como en el afamado teatro Alcázar —por la calle de Alcalá—, y siempre con un triunfo total, cosechando éxito tras éxito, hasta que llegó el momento en que firmé un contrato fabuloso por cinco años con el autor de ‘Las Leandras’, en vista de lo que le habían gustado las cuatro temporadas que yo hice durante aquel tiempo entre Madrid y Barcelona. Luego, él decidió componer una obra especialmente para mí, con la idea de que tras su estreno en Madrid saldríamos a una gran gira por toda España y posteriormente al extranjero.

 

Pero llegó el año de 1959, y yo cancelé aquel contrato para regresar a Cuba, donde se encontraba toda mi familia, pues no quise estar separada de ellos en esos momentos, cuando se produce el triunfo de la revolución.

 

Así fue, y entrando en el tema familiar te diré que papá Fornés siguió hasta el final de su vida en La Habana, y aquí sigue viviendo mi madre, esta madrileña que ahora voy a presentarte.

 

Lo primero que hay que decir de mamá, a pesar de tener más de noventa años, es que no ha perdido su salero, para nada, como tú mismo apreciarás cuando converses con ella.

 

De mis dos hermanos, el mayor es José Enrique, también madrileño, quien es arquitecto y vive con su familia en El Vedado, mientras Leopoldo es historiador, nacido en Cuba, y vive de forma permanente en Madrid. Allí lo visité en 1991, cuando volví a España después de tres décadas, en el primer viaje de paseo que hice en toda mi vida, pues el resto de mis viajes siempre han sido por motivos de trabajo.

 

Bueno, es cierto que yo no regresé en tanto tiempo a España, aunque me llamaron con propuestas de contrato algunos empresarios artísticos que conocían mi trabajo en general, y especialmente por los géneros de raíz hispana que yo he realizado a lo largo de mi carrera, pero siempre sucedía algún imprevisto de última hora, podríamos decir, en cuanto a la forma de implementar dichas propuestas.

 

Yo fui fundadora, y miembro, del Consejo Nacional de Cultura, antes de que se creara el Ministerio de Cultura en Cuba, y trabajaba con una plaza fija en la Televisión Nacional, por lo que ese tipo de negocio con entidades extranjeras debía hacerse a través de estas instituciones cubanas, pero los empresarios exigían firmar el contrato conmigo personalmente, sin que lográramos nada finalmente. No diré más, yo estaba dispuesta a aceptar aquellas propuestas de trabajo en España pero sin ir contra las normas laborales de Cuba, y en medio de esas contradicciones creo que todos perdimos.

 

Con México también pasó otro tanto, incluso hubo amigos que se pusieron bravos, porque no entendían que yo no firmara directamente con ellos para volver a trabajar allá, y me insistían, alegando el nombre que yo había llegado a hacer en ese país, y lo que todavía me querían los mexicanos. Yo les respondía que podría volver en un futuro, que lo dejaran para otro momento, y así fue, porque a los dos países volví años más tarde. Por otra parte, durante toda esa etapa, en Cuba pude ir desarrollando mi trabajo con mucha constancia, y una excelente acogida por todos los medios, ya fuera en televisión y radio, como en el teatro y el cine, recibiendo siempre al amor de todo el pueblo cubano, que es, sin dudas, el mayor premio a mi modesta labor en el arte.

 

A México y España regresé mucho tiempo después de mis triunfos en ambos países, pero tengo la satisfacción de haber podido volver a presentar con éxito mi trabajo ante esos encantadores públicos, cuando recorrí México para hacer una gira coordinada a través de la empresa Cubartista, primeramente, y luego al cantar de nuevo en España, donde acabo de actuar para el público de Oviedo.

 

En esta ocasión me presenté en la mejor sala del Principado de Asturias, el Teatro Campoamor, como parte del programa de un importante Festival de Zarzuelas, donde se montó, precisamente, la obra ‘María la O’, con un reparto en el que yo interpreto el personaje de la Marquesa del Palmar, una linda composición de Lecuona a partir de un montaje que gustó mucho al público español, realizado por una de las grandes figuras cubanas del arte lírico que es Alina Sánchez. Para mí fue una experiencia muy emocionante, donde además disfruté mucho aquel prestigioso lugar, totalmente remozado, con unas condiciones acústicas y de escenografía excelentes, una verdadera joya de teatro.

 

Bueno, yo conozco muchas otras zonas de España, comenzando por Madrid, donde viví algunos años, de muchacha, y luego trabajé en varios de sus teatros, como profesional, al igual que en Barcelona, pero también he visitado Andalucía, Valencia, Zaragoza, León, y Galicia, con la suerte de haber llegado hasta Santiago de Compostela, y su catedral, en este año jacobeo de 1999.

 

Durante este reciente viaje surgieron algunas propuestas para hacer representaciones en Segovia e Islas Canarias, pero de imprevisto recibí la noticia de que mamá se había puesto enferma, y mi hermano tenía que salir de viaje, por lo que yo decidí regresar de nuevo a Cuba, pues no podíamos estar los dos lejos de mamá en tales condiciones.

 

Esas propuestas quedaron pendientes, vamos a ver, quién sabe si algún día se concreten, pero mientras, puedo asegurarte que esta reciente vuelta a España me ha servido de mucho, no sólo en el plano artístico, sino también personal, al llegar de nuevo hasta la casa donde vivimos en el barrio Chamberí, un segundo piso en la calle de las Virtudes, entre las avenidas García de Paredes y Abascal.

 

Yo admiro enormemente a España, y a los pueblos de ese gran país, pero siento algo especial por Madrid, una ciudad que me encanta.

 

Madrid es muy lindo, con ganas de ser lindo, pues con razón todos decimos: ‘De Madrid… al cielo’.

 

Recuerdo a mis abuelos maternos, madrileños los dos, quienes dejaron en nosotros esa huella imborrable de nuestro origen español. Eso es algo que fuimos trasladando a esta isla, como una familia española con emigrantes en Cuba durante varias generaciones, con muchos elementos que evidencian esa raíz hispana en nuestro modo de ser, desde la comida casera, donde el ‘cocido a la madrileña’ nunca faltó, hasta el propio idioma, y la forma de hablar, con referencias constantes a dichos, refranes y giros del lenguaje que provienen de España.

 

Incluso yo, para hacer un personaje cubano me costaba trabajo al principio, pues aparte de la influencia familiar en el idioma, donde escuchaba hablar con la z, y con expresiones muy hispanas, también sucedió que mis comienzos en el arte fueron con maestros españoles, como el propio Palacios, que hablaba aquí como si estuviera en Madrid.

 

Después, en todos los años que estuve viviendo en México se me pegó algo del habla peculiar de los mexicanos, y por esos motivos, cuando converso o canto yo no doy la cubana típica, ni tampoco una española o mexicana como tal, más bien he crecido entre todas esas influencias y mi forma de ser refleja esa mezcla cuando hablo, quizás es un estilo internacional, aunque con predominio de lo español, lo esencialmente madrileño.

 

Pero sobre este tema de nuestras raíces hispanas, quien más sabe en nuestra familia es mi hermano José Enrique, que últimamente se ha dedicado a reunir fotografías y datos, referidos a padres, abuelos y bisabuelos, conformando un árbol genealógico que está bastante avanzado, aunque no se ha concluido del todo; empeño éste en el que también está haciendo sus indagaciones Leopoldo, desde Madrid.

 

Esta no es la especialidad de José Enrique, según te había dicho, él es arquitecto y luego de un extenso curriculum profesional, con obras de ingeniería y urbanismo, especializado en el diseño de proyectos, actualmente trabaja como profesor universitario, en la Facultad de Arquitectura.

 

Gracias a su minuciosa atención a los archivos, y sus incesantes búsquedas, en casa hemos podido conocer una serie de cosas interesantísimas sobre nuestro origen y evolución como familia, desde Europa hasta América.

 

También hay un librito de poemas de papá, que yo mandé a imprimirle con motivo de uno de sus últimos cumpleaños, donde se aprecia esa sensibilidad espiritual que se escondía detrás de alguien que trabajó mucho, en campos tan diferentes como la construcción y la perfumería, para que toda su familia tuviera una vida decorosa y una educación sólida.

 

Y no sólo eso, sino que en aquella etapa inicial mía como artista yo conté con todo su apoyo emocional y práctico, llegando él a formar una compañía con la que hicimos muchas zarzuelas y operetas.

 

Pero era una época dura para prosperar con una compañía propia, cuando en los teatros no te subían el telón hasta que no dejabas pagado por adelantado el alquiler y la empleomanía. Esa era la norma, y sólo después de actuar y ver cuánto se había recaudado en taquilla es que se pagaba al coro, a las bailarinas y, por último, a los actores, en medio de lo cual podrás imaginar cuánto hizo papá en aquel empeño… Sin dudas él era un hombre de muchas luces, gran emprendedor, de quien conservo recuerdos muy sensibles y entrañables, que me acompañan siempre.

 

Otro familiar muy querido es nuestra tía Rosa, hermana mayor de mamá, que era casada pero al no tener hijos fue una persona muy próxima a nosotros, siendo quien nos llevaba a mi hermano y a mí al teatro cuando yo actuaba, dando mis primeros pasos en la escena, a la vez que nos vigilaba, porque aún yo era muy jovencita y tía Rosa era todo un sargento del orden.

 

En cuanto a mamá, resultan muy curiosas sus reminiscencias de principios de siglo, desde la fecha en que sus padres la trajeron con dos años de edad para Cuba, en el año 1905, y ella tiene recuerdos valiosísimos, no sólo desde el punto de vista familiar, sino históricos, de una etapa en que el ambiente familiar y social cubano estaba lleno de españoles, algo que no se ha borrado todavía. Luego, sucede que cuando mamá ha vuelto de visita a su tierra natal, entonces allá, en España, a ella le dicen tranquilamente ‘la cubana’.

 

Por eso, al margen de todas estas explicaciones, a veces yo me río, porque también, a pesar de su auténtico origen madrileño, a mamá en Cuba le dicen ‘la gallega’, como a la mayoría de los emigrantes españoles establecidos en este país.

 

Bueno, esa pregunta final te la puedo contestar detenidamente, pero también en dos palabras: Cuba es mi patria.

 

Yo no nací aquí, sino en Estados Unidos, pero esta es la patria que yo adopté, y ella me adoptó a mí, para siempre, pues aunque he vivido largos años en otros países, y he viajado mucho por el mundo, cuando llevaba largo tiempo sin poder ver La Habana, el malecón, este cielo, tenía que venir al menos un fin de semana, con cualquier pretexto, pero era para volver a palpar este mar, estas luces, esta realidad.

 

Si hasta recuerdo que, en algunos de esos viajes, cuando yo recibía una fotografía de Cuba lloraba de emoción, y eso no es algo que ocurra fácilmente, como podrás imaginar. La explicación es muy sencilla, porque aquí crecí, y uno quiere mucho a la tierra, al pueblo donde se forma, y si es un país tan maravilloso como éste pues se produce una identificación muy profunda.

 

Cuba es mi tierra, donde yo aprendí a caminar, a correr, a ser, en el mayor sentido de esas palabras.

 

Pensándolo bien, yo considero que he nacido tres veces, en Nueva York, en Madrid, y en La Habana, porque si bien es cierto que vine al mundo en Estados Unidos, y que mis padres españoles me llevaron un tiempo a vivir a la península, lo cierto es que mi entrada en Cuba fue como un parto, en que nací definitivamente.

 

Ahora recuerdo aquel día, cuando el barco se aproximó a la costa y empezamos a ver el malecón habanero, en medio de un mal tiempo que nos impidió entrar en la bahía durante muchas horas. Salimos a una cubierta intermedia, y todavía siento como yo me acerqué a la baranda del buque, mientras mi madre me cubría por detrás, y mi cabeza se apoyaba en su pecho, observando las dos muy impresionadas aquel mar embravecido, con unas olas muy altas.

 

Entonces se nos aproximó una lancha pequeña, con el práctico que debía conducirnos en la entrada al puerto, pero que no lograba acercarse hasta el buque para subir por la escalerilla lateral y tuvo que calcular la altura hasta donde le alzaban las olas, y cuando quedó más próximo logró saltar, finalmente, bajo el aplauso atronador de todos los pasajeros.

 

Parecía mentira aquella escena, con el faro del morro de fondo, a la altura del Paseo del Prado, y ese tiempo horroroso, con una lluvia constante que me hacía dudar si lo que veía en los ojos de mamá eran gotas del aguacero o de sus propias lágrimas. Supuse lo primero, porque yo no veía razón para llorar en aquel momento, que a pesar de la tensión significó un parto feliz, por decirlo así, al poder atravesar el canal de la bahía y llegar a atracar en tierra firme, sin mayores contratiempos.

 

Todo eso a mí se me quedó grabado para toda la vida, y a pesar de las contrariedades que te cuento, en realidad aquel fue un día decisivo para nosotros.

 

Yo pienso que a Cuba le debo lo que soy, al pueblo cubano, a esta isla preciosa, digna de admiración por su naturaleza, su geografía, su historia y, principalmente, por su gente, a la que no sólo he tenido la dicha de conocer personalmente, sino que tantos cubanos me han hecho sentir una más entre ellos.

 

Esa es la verdad, soy muy feliz aquí, por todo lo que he dicho en ésta y en otras entrevistas, pero quizás también por esas cosas que no resulta fácil expresar.

 

Cuba tiene ese encanto y quien lo descubre no necesita explicarlo, es algo que parece escapar a la razón, pero que se siente muy dentro, aquí, en el corazón.”

 

Siboney, octubre 1999

 

 

Tomado del libro

"VOCES DE LA MEMORIA"

Madrileños en Cuba

de Aurelio Francos Lauredo

Comunidad de Madrid

Consejería de Educación

Madrid, 2000