ROSITA FORNÉS WEB PAGE MANUEL ARNÚS |
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"MANUEL ARNÚS": Con la anuencia del gobierno cubano zarpó para Veracruz el 27 de mayo de 1938, quedando bajo custodia
del Gobierno mexicano. Finalmente fue cedido a los EE.UU. y éste lo echó a pique en unos ejercicios de bombardeo aéreo el
26 de octubre de 1946. Otro magnífico buque perdía la Marina Mercante española. Esta es la historia del Manuel Arnús, pero justamente a bordo de este vapor comenzaría una de esas
noches, otra que se prolongaría muchas más décadas que las del insigne trasatlántico. En su Salón de Música, una jovencita de 13 años nombrada Rosalía Palet Bonavía, se presentaría por
primera vez ante un público interpretando el tango “Silencio” (Silencio en la noche). Sería el primer peldaño,
el primer escalón de una larga y exitosa carrera, de alguien que poco después, se haría llamar “ROSITA FORNÉS”.
Fotos tomadas del sitio: VIDA MARITIMA de Vicente Sanahuja http://vidamaritima.com/2008/01/el-vapor-correo-y-de-crucero-manuel-arnus/ »Cuando mi padre se marchó a Valencia por lo del negocio, mi madre y yo
nos fuimos con él. Y gracias a Dios que hicimos tal cosa, porque al salir de Madrid comenzó el cerco de la Falange y los bombardeos
que terminaron con la rendición. Mi tío sufrió esa odisea, y contaba las horas terribles vividas entre los escombros de aquella ciudad. Nosotros
llegamos a Valencia sin contratiempos aunque la guerra venía pisándonos los talones. Mi padre liquidó lo que pudo, vendió barato y empacó. Con suerte
logramos abordar el último barco que salió del puerto, el Manuel Arnús, un trasatlántico ligero de bandera republicana que
navegaba hacia América casi de escapada. Había soltado amarras en Barcelona y debía tocar los puertos de Valencia, Cartagena
y Almería. Bordeamos la costa mediterránea y enfilamos rumbo al Estrecho de Gibraltar, pero pronto comenzó la tragedia, porque
ya Cádiz estaba ocupada y por la radio falangista Queipo de Llano, el testaferro de Franco en Andalucía, lanzaba arengas fascistas
sobre los pueblos que aún no habían caído. Era una verborrea asquerosa que infundía pánico. Días antes de alcanzar el estrecho
ese personaje la emprendió con el barco: «Sabemos que un navío comunista intenta salir al Atlántico —decía—; a
bordo va un comité republicano que quiere librarse del castigo, pero vamos a hundirlo para que no quede nadie para contarlo.»
Así eran las transmisiones radiales. Imagínate el miedo que teníamos. »Era verdad que a bordo iba un comité republicano que intentaba emigrar.
Todos lo sabían y esa certidumbre nos daba más pavor, pues hacía inminente el bombardeo. Incluso, en un momento dado, aquel
comité republicano tomó para sí las riendas del barco y planteó muy claro que o nos íbamos para América o para el fondo del
Mediterráneo, pero no habría marcha atrás. —¿Su familia sentía simpatías por la República? —No sé ni qué decirte: son conocidos de todos los horrores que cometieron
los falangistas en las ciudades ocupadas o lo que hicieron sus aliados en Guernica, por sólo citar un ejemplo, pero los republicanos
no eran nada santos. Saquearon e incendiaron iglesias, destrozaron altares, fusilaron a diestra
y siniestra; sacaron curas y monjitas a la calle para llevarlos al paredón. Esa es la verdad histórica y nadie me la contó,
yo la viví. Claro, el pecado original de la República era la mezcla de tendencias que la componían. Estaban los republicanos
propiamente dichos, con sus aspiraciones, pero también estaban los estalinistas, los anarquistas, los socialistas y hasta
muchísimos desclasados que creyeron encontrar en la República su modus vivendi. En fin, si me hubieran dado a escoger entre República y Falange
me hubiera quedado sin ninguna de las dos. Hoy, al fin, España encontró su camino: la monarquía constitucional la ha salvado. »...Bueno, como te decía, la vida a bordo se convirtió en una pesadilla.
Mi padre, que padecía de hipertensión, se enfermó de los nervios y las pasó negras; mi madre también estaba desesperada; debíamos
permanecer todo el tiempo con los salvavidas puestos, pues los aviones falangistas pasaban casi rozando el mástil y era cosa segura que
nos atacarían en cualquier momento. El capitán cambiaba el rumbo continuamente para despistar. A veces veíamos la franja costera
a babor y una hora más tarde aparecía a estribor, por las vueltas que daba la nave para evadir los aviones y las fragatas
del Mediterráneo. En Cartagena el barco permaneció catorce días escondido en un dique seco. Allí lo pintaron, lo adornaron con banderitas
multicolores, le cambiaron el nombre y le izaron bandera siria para dar la impresión de que se trataba de un crucero. Todo
ese tiempo nos mantuvimos a bordo porque se nos prohibió desembarcar; por las noches, en el salón del barco se organizaban
bailes y tertulias para mitigar un poco la tensión del momento, y como yo me pasaba el santo día cantando, el capitán habló
con mi padre para que me permitiera actuar para los pasajeros. Él dio su consentimiento, pues, al fin y al cabo, se trataba
de una fiesta casi privada. Esa noche, entre feliz y asustada, me encontré sobre el escenario presta a iniciar mi primera
actuación pública. Segundos antes de salir a cantar estaba tan nerviosa que le dije al pianista
que tocara él solo, pues creía que no me saldría la voz. El hombre aquel, ¡tan condescendiente con una muchachita!, me animó
y casi me arrastró hasta el escenario, y luego se sentó al piano. »Canté el tango Silencio en la noche. No sé si lo hice bien o mal. Sólo
sé que lo hice. »Durante mi interpretación ocurrió algo gracioso. La esposa del médico
de a bordo, recién llegada al salón, se había parado muy cerca del escenario, justo al lado del capitán. Como la señora en
cuestión me conocía, comentó de pasada. «¡Pero miren quién está ahí... cantando! ¡Pero si es Rosita! ¿Y qué canta?» El capitán,
cortésmente, se volvió y le susurró el título: Silencio... Y la señora, amoscada, le contestó: «¡Ay!, disculpe usted.» Aquello
fue muy divertido. »Al fin, gracias a la estratagema del camuflaje pudimos pasar por el Estrecho
de Gibraltar, que ya era zona falangista porque Andalucía entera les pertenecía, así como Ceuta y Melilla. »Al entrar en el Atlántico nos sentimos eufóricos, pues habíamos logrado
derrotar la furia de los hombres. La alegría nos duró poco, ciertamente: a los tres días tuvimos que enfrentar la furia de
la naturaleza, que también puede ser mortal. Fue una tormenta de lluvias y truenos que destrozó hasta el mástil del barco
y la cabina de mando; muchísimas horas debimos permanecer a la deriva con las máquinas paradas. Resulta difícil explicar la
sensación de pequeñez que se experimenta a bordo de un navío a la deriva en medio del océano. Es algo espantoso; las corrientes
marinas te arrastran de aquí para allá como a un títere, y uno se ve tan indefenso... Para mayor desgracia se terminaron las
provisiones: comíamos lo que se pescaba, que no era mucho, teniendo en cuenta que a bordo íbamos más de ciento cincuenta pasajeros.
Yo me pasé casi todo el tiempo atada a una silla que a su vez estaba atada a la pared, pues los bandazos eran tan fuertes
que cualquiera hubiera podido matarse al chocar contra una viga u otro objeto, y a pesar de ello no tuve náuseas ni mareos. »La Habana fue el primer puerto que tocamos. Después del desembarco la
nave siguió rumbo a México y allí se quedó. Años después, al llegar a Veracruz, encontré el barco medio sumergido y destartalado
en una ensenada a un lado del puerto. ¡Qué pena!; el pobre navío se moría de viejo a la vista de todos. Cuando regresé de nuevo lo busqué, pero ya no lo vi. El mar se lo había
tragado para siempre. »De La Habana salí niña y regresé mujer. Ya había cumplido los trece años
y todavía tenía el pelo muy rubio… Fragmento del libro biográfico ROSITA FORNÉS (Rosalía Palet Bonavía) de Evelio R. Mora |
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"SILENCIO"
(Silencio en la noche) Tango 1932 Música: Carlos Gardel / Horacio Pettorossi Letra: Alfredo Le Pera / Horacio Pettorossi Silencio en la noche Meciendo una cuna Eran cinco hermanos Rozaban muy tierno Silencio en la noche Un clarín se oye Hoy todo ha pasado Y la viejecita Silencio en la noche Un coro lejano Silencio en la noche |
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