Aniversario 70 de Rosita
Fornés en el Anfiteatro del Centro Histórico,
rompió record de taquilla, más de 1,500 espectadores la pudieron
disfrutar en un concierto en vivo.
El 12 de septiembre de 1938, La Fornés nacía
para el mundo del espectáculo cubano, el que posteriormente se internacionalizaría. ¿Quien iba a imaginar, que siete décadas
más tarde iba a conservar el ángel que la iluminara en su debut en la antigua CMQ de Monte y Prado?...; que en el cercano
Anfiteatro de la Avenida del Puerto, ¡cientos de viejos y nuevos admiradores la ovacionarían como aquella primera noche!.
Verdaderamente muy pocas figuras logran permanecer en el favor del público por tantísimo tiempo, únicamente aquellas tocadas
por el verdadero talento y carisma excepcional.
PROGRAMA DE LOS VIDEOS
- Popourrit de operetas
- Presentación de Héctor Quintero
- Mis sentimientos
- Qué te pedí
- La inmensidad
- El hombre que me gusta a mí
- A que no te vas
- Sin un reproche
- Hello Dolly
- Saludo final
ELENCO
Rosita Fornés, Héctor Quintero, Ariel Venero, Bernardo Lichilín, Camilo Maderos,
Orquesta, Coro y Ballet de la Televisión Cubana Dirección General: Alfonso Menéndez Balsa
1. Potpourri de operetas
Orquesta, Coro y Ballet de la Televisión Cubana 2. Héctor Quintero Texto de Presentación 3. Mis sentimientos Rosita Fornés y Orquesta
de la Televisión 4. Qué te pedí Rosita Fornés y Orquesta de la Televisión
5. Niebla del riachuelo Camilo Maderos y Orquesta de la Televisión 6.
Cuiden al artista Orquesta de la Televisión Cubana 7. La inmensidad Rosita
Fornés, Orquesta y Coro de la Televisión 8. El hombre que me gusta a mi Rosita Fornés, Coro y Orquesta de
la Televisión 9. Júrame Bernardo Lichilín, Coro y Orquesta de la Televisión cubana
10. Cantando bajo la lluvia Café con Tap. Orquesta y Coro de la Televisión Cubana
11. A mi manera Ariel Venero, Orquesta y coro de la Televisión cubana 12.
A que no te vas Rosita Fornés, Orquesta, Coro y Ballet de la Televisión Cubana 13.
Sin un reproche Rosita Fornés, Orquesta, Coro y Ballet de la Televisión Cubana 14.
Hello Dolly Ariel, Lichilín, Camilo, Orquesta, Coro y Ballet de la Televisión Cubana 15.
Saludo final Reprise de Hello Dolly (con la Orquesta y el Coro haciendo la melodía)
ALFONSO MENÉNDEZ
recuerda el 70 Aniversario Artístico de
ROSITA FORNÉS
Después de casi perdernos el maestro Miguel Patterson y yo por las carreteras inhóspitas del reparto Atabey, llegamos al fin
a casa de Rosa. Le llevábamos, sin consulta previa con ella, una propuesta de concierto con un programa que aprovechaba la
existencia en el archivo musical del ICRT de las orquestaciones de números que formaban parte de su repertorio de siempre:
Mis sentimientos, ¿Qué te pedí?, La inmensidad, El hombre que me gusta a mí, A que no te vas, Sin un reproche y Hello, Dolly.
Aquellos arreglos de los maestros Mario Romeu, José Ramón Urbay, Adolfo Guzmán, Carlos Ansa y Tony Taño eran una garantía.
Se habían instrumentado para ella en los años 60 y 70, pero más de tres décadas después se hacía necesario adaptarlos a su
tesitura actual, de ahí que la visita tuviera dos objetivos: convencerla de hacer un concierto en vivo en el Anfiteatro del
Centro Histórico, con 36 músicos más 30 coristas, y reajustar la tonalidad del repertorio a sus posibilidades del momento.
Ya había sufrido yo, en más de una ocasión, el tormento de hacerla entrar en razón para bajarle los tonos. Resultaba más
fácil «poner una pica en Flandes» -para utilizar una de sus expresiones favoritas. El maestro Patterson se sentó al piano
y comenzamos la difícil tarea.
Los tonos originales le «tiraban», sobre todo el de ¿Qué te pedí?, en si bemol. A ella le parecía perfecto, aunque no
lograba alcanzar las notas altas. Por lo bajo le dije a Patterson:
-Maestro, transpórtelo a la bemol, que no se va a dar cuenta.
Rosa alcanzó a oírme y, mirándome fijamente, como solía hacer cuando consideraba que lo que iba a decir era de suma importancia,
me enfrentó:
-¡No empieces con lo de bajar los tonos, que te conozco! Cuando me subo a un escenario, esas notas las puedo dar. ¡Deja
los arreglos como están! -evidentemente, se había molestado.
Si entre ambos se creaban tensiones, para apaciguar los ánimos yo recurría a una jarana que tenía el siguiente origen:
siempre que llegaba a su antigua casa del Nuevo Vedado, ella me ofrecía café y yo, a manera de choteo, le sugería una champola,
a lo que invariablemente me respondía: «Muchacho, ¿dónde consigo yo ahora una guanábana?».
Volví entonces al recurso de la champola.
-Sí, cómo no -me ripostó-. Si me voy a buscar una guanábana, cuando regrese me tienes todos los números en la tesitura
de bajo profundo.
Logramos convencerla de hacer el recital, pero de ninguna manera nos permitió reajustar la tonalidad de las orquestaciones.
Ya de regreso, Patterson comentó preocupado:
-Alfonso, en esa tesitura ella no puede cantar, ¿qué hacemos?
Me encogí de hombros, sin respuesta.
El día del ensayo, ya se encontraban la orquesta y el coro en el escenario del Anfiteatro, cuando ella llegó; después
de saludar, me tomó por el brazo para llevarme hasta el proscenio, lejos de oídos indiscretos:
-Mira qué cantidad de músicos- ¿Tú estás seguro de que debo hacer esto? ¿Sabes desde cuándo no canto con una orquesta?
-Rosa -le respondí-, es como montar bicicleta, nunca se olvida -¡era la primera vez que la veía titubear ante una presentación!
Si el director artístico es responsable de sus puestas en escena, lo es más aún de cuidar que quienes dirige no se expongan
al ridículo. Como al tratarse de una de las figuras más importantes de nuestro país el compromiso se hacía mayor, comencé
a sentir su misma inseguridad.
Se hizo el ensayo, pasó todos los números, pero los pasajes más agudos los cantó una octava más baja. El maestro Patterson,
los músicos, los integrantes del coro y yo, nos mirábamos sin atrevernos a decir «ni esta boca es mía». Concluido el ensayo,
la invité a tomarnos un café en el restaurante Bar Cabañas, frente al Anfiteatro. Allí me hizo otra pregunta aterradora:
-¿Tú crees que venga público?
No entendía semejantes inseguridades en quien fuera mi fetiche durante más de tres décadas. Con ella había hecho en los
escenarios todo lo imaginable. ¿Qué pasaba ahora? Había olvidado que estaba tratando con una Rosita Fornés ¡de 85 años!
Suspender es mala palabra entre los artistas, así que después del café fuimos para su casa a escoger su atuendo. Un vestido
negro, otro blanco y el rosado -de brillitos- que tanto nos gustaba. Al despedirnos, soltó una de las suyas:
-El día que debutaste conmigo, tu padre me dijo que me había convertido en tu Ángel de la Guarda. Necesito que mañana
-fecha del estreno- tú seas el mío.
El Aniversario 70 del debut escénico de Rosita Fornés, como titulamos el concierto, contaba también con la participación
del bolerista Camilo Mederos y los tenores Bernardo Lichilín y Ariel Venero, junto al Ballet de la Televisión Cubana. Era
una manera de darle a Rosa oportunidad para sus tres cambios de vestuario y, sobre todo, cierto descanso para que no se mantuviera
de pie demasiado tiempo, pues había sufrido ya dos operaciones de cadera.
Una de sus inquietudes, con la que logró preocuparme el día anterior, quedó despejada. Las constantes llamadas durante
todo el día del estreno (18 de septiembre de 2008), para preguntar el horario de venta de las localidades, alejaron cualquier
preocupación al respecto. Nuestro teléfono no dejaba de sonar, y ya habíamos aprendido a medir «temperatura» a partir de las
llamadas recibidas antes de una representación. Se vendió todo el Anfiteatro y hasta tuvimos que autorizar personas de pie.
Rosa llegó muy temprano, aparentemente tranquila; yo, no tanto. A las 8:45, con las graderías repletas, le deseé «mucha
mierda» y subí a la cabina para encargarme, como de costumbre, del diseño de las luces. No había acabado de sentarme frente
a la consola, cuando Thelma Carrasco -nuestra insuperable jefa de escena-, me llamó por el Inter:
-Baja, porque Rosa está en un puro nervio, y así no puede salir a escena.
Con el Anfiteatro repleto y a escasos minutos de comenzar, era la peor noticia que podía recibir. Ya resultaba imposible
atravesar el escenario, así que debí recorrer todo el perímetro de la instalación por la zona del Malecón para llegar al camerino.
-¿Qué pasa, Rosa? -nunca la había visto en semejante estado; no respondió, solo me miro con los ojos aguados y apretó
mis manos-. Escúcheme: ahí afuera hay más de mil personas que la adoran, salga y cómaselos. ¿Y quiere que le confiese algo?
Si yo llego a conocerla cuando usted tenía 30 años, le hubiera metido un fajón, que hasta el Palacio de los Matrimonios no
parábamos.
Me frio un huevo y se sonrió. Me dirigí entonces hacia Thelma:
-Que la saque a escena un muchacho del Ballet de la Televisión, que no salga sola, y dame tiempo a llegar a la cabina.
Sonó el cañonazo de las nueve, tiré la luz y solo bastó que Rosa pusiera un pie en el escenario para que aquella multitud
la recibiera de pie, con una ovación atronadora. La orquesta hizo la introducción de Mis sentimientos, ¡en el tono original!:
«¿Por qué se agolpan otra vez / mis sentimientos...». Bastó escucharle esos ocho primeros compases para tranquilizarme: el
concierto ya era un éxito. ¿De dónde sacó las notas agudas? ¿Cómo su confeso temor y su indecisión se trastrocaron en su habitual
exuberante despliegue de histrionismo y seguridad? Solo había una explicación: a pesar de sus más de ocho décadas de existencia,
Rosa seguía siendo una gran artista.
El público deliró, la ovacionó una y otra vez, y hasta sorprendió a los bailarines con un cambré que burlaba su condición
ósea de señora de la tercera edad.
Cantó todo el repertorio sin la menor dificultad y provocó tal euforia, que cuando inició el último mutis, medio Anfiteatro
trepó al escenario para abrazarla y felicitarla. Costó dios y ayuda lograr que los admiradores la dejaran llegar al camerino,
donde volvió a ser la Rosa que había conocido en 1984:
-No me dijiste que se estaba grabando para la televisión -Roberto Ferguson había llegado con la unidad de remoto de la
televisión a las seis de la tarde, pero yo había tenido el cuidado de no mantenerla al tanto. La grabación fue retransmitida
en el programa Bravo y puede verse íntegra en Youtube.
Ambos estábamos felices al despedirnos. Me agradeció, con la humildad que siempre la ha caracterizado, y antes de salir
del camerino, con picardía, me dijo:
-Cuando yo tenía 30 años, no existía el Palacio de los Matrimonios, y no sé qué te hubieras hecho tú en la luna de miel
si yo te hubiese aceptado.
Viéndola alejarse, rodeada de una multitud de admiradores, le comenté a nuestro sondista estrella, Dennis Casteleiro:
-Creo que el Anfiteatro ha sido testigo del último concierto de Rosa en vivo y con orquesta. Y así fue.