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DE CÓMO ENTRÉ Y SALÍ DEL GRAN TEATRO DE LA HABANA
Por Alfonso Menéndez
... Y es Mayda Bustamante, la que me propone trabajar en el Gran Teatro de La Habana, dirigido entonces por la Prima ballerina
assoluta, Alicia Alonso, para que me hiciera cargo de los Salones del Gran Teatro, que se encontraban a punto de ser inaugurados.
Eran Las salas: Alejo Carpentier, Bola de Nieve, Lezama Lima y Ernesto Lecuona.
A las dos semanas, Mayda, me lleva ante Alicia, allí ambas me explican el objetivo de cada uno de esos espacios, cómo
debía ser su programación cultural, etc. Y aquí viene una anécdota "surrealista" que, ahora, al paso del tiempo,
resulta muy simpática, pero que sin duda pinta de cuerpo entero aquella etapa, me dice Mayda:
«Alfonso, cuando te verificamos en el CDR, la presidenta nos dijo que tú eras "mariquita", se le preguntaron
las razones de su afirmación y dio la siguiente respuesta: A su casa va mucho Rosita Fornés»
Mayda, comentó aquello, como algo pintoresco y descabellado porque, tanto Alicia, como ella, se sonrieron con la anécdota.
Y el asunto fue que Rosita, había ido a mi casa, sí, pero solo una vez. Por supuesto, que la Fornés llegara en su carro
al barrio de Los sitios y subiera al solar donde yo vivía, era algo tan notorio que resultaba una "prueba fehaciente
de que me gustaban los hombres". - Años después hice partícipe a Rosa de esta anécdota y un día en que la acompañé a
compra unos botones en la tienda Flogar, no perdió la oportunidad de comentarme con tono pícaro: «Tú verás que ahora, por
mi culpa, van a decir que eres mariquita»
Pues debo reconocer que Mayda Bustamante, fue la persona que propició la continuidad de mi desarrollo como director artístico
y también mi debut en la escena del Gran Teatro de La Habana donde hice mi segundo gran espectáculo: la Gala por el Aniversario
50 de Rosita Fornés.
Es así, como en el mes de mayo de 1988, le presentó la idea a Alicia, ella era muy celosa con la programación de todas
las salas del Gran Teatro y muy en especial la García Lorca, por lo que tuve que explicarle mi proyecto con lujo de detalles.
Después de escucharme atentamente, estuvo de acuerdo con hacerle ese homenaje a Rosita, pero se preocupó ante la súper producción
que implicaba la idea propuesta por mí «Ella se merece el espectáculo que tienes en mente, pero en estos momentos no contamos
con el presupuesto suficiente para realizarlo, ¿Qué podemos hacer?»
Le respondí, que buscaría la forma de adecuarme y acudiría a instituciones que seguramente, tratándose de Rosa, apoyarían.
Me explicó entonces que, como en el mes de agosto, el Ballet Nacional de Cuba saldría de Gira al exterior con Don Quijote,
podía disponer del teatro la semana del 22 y el 28 de ese mes para realizar funciones los días 26, 27 y 28.
Debo de decir que no fueron muchas las ocasiones en que traté con Alicia directamente, pero recuerdo dos momentos en particular.
Uno de ellos, cuando me citó a su oficina para obsequiarme por mi cumpleaños un juego de camisetas muy bonitas, -las únicas
que he tenido en toda mi vida-. Y otro, en el que cuando salíamos del teatro por la puerta de la calle San José, me percato
que la acera estaba rota y el paso era peligroso para ella. Le expliqué que no podríamos salir por allí. Dijo entonces para
mi sorpresa:
«Cárgame»
«Me da miedo Alicia» -respondí aterrado-,
«Tú vas a ver»
Puso un brazo sobre mi hombre, se impulsó y de momento me encontré sosteniendo a la bailarina más famosa del mundo. Con
ella en mis brazos sorteé los escoyos y cuando la coloqué en el piso, cual porcelana finísima, dijo muy risueña: « ¿Viste
qué fácil? »
Efectivamente ella era una plumita, había sabido acomodarse en mis inexpertos, torpes y temblorosos brazos. ¡No iba a
saber ella hacerlo!
... Alicia, hacía realidad mi mayor aspiración de aquellos momentos: dirigir una puesta en escena en la sala García Lorca
y aunque tendría que ingeniármelas para poderla llevar a cabo, sin presupuesto ni logística alguna, la tozudez, el ahínco
y mi casi enfermizo apasionamiento de siempre, vendrían en mi ayuda.
Absolutamente solo, sin abandonar la programación de los Salones del Gran Teatro con cuatro espectáculos semanales que,
coordinaba, producía, dirigía, pues yo -experto en ponerme la soga al cuello- generaba motu proprio, me lance a la calle como
un kamikaze, en busca de apoyo, negado rotundamente a que la celebración de los 50 de Rosa, se redujera a una cámara negra
sin escenografía, cuerpo de baile o vestuario.
Descaradamente, pedí una entrevista a Raquel Revuelta, Presidenta del Consejo de las Artes Escénicas en aquel entonces.
Me la concedió sin tener la menor idea de quien yo era. Cuando le expliqué mis motivos, respondió sin pensarlo dos veces:
-Si es para Rosita, tienes a tu disposición los talleres de Cultura, dile que ese será mi regalo por su aniversario.
Llegué a mi casa y durante toda la madrugada, dibujé, proyecté y maqueté la escenografía que tenía en mente: 30 circunferencias
de 0,50 cm de diámetro, forradas en recortería de espejos, 8 escalaras de dos metros de largo, por dos de alto con 10 huellas,
9 contrahuellas y 24 paneles blancos de 2.00 m x 1.10 m, con todo el perímetro rematado con una soga –esas gruesas
que se utilizan en las embarcaciones- forrada en lamé plateado.
Sin haber dormido, sin pisca de sueño -gracias a los tres litros de té que había ingerido durante toda la madrugada- y
después de haber perdido casi una hora tratando de rescatar un centropén que se me había resbalado de la mano y caído en uno
de los agujeros de mi barbacoa, llegué a los talleres de la Autopista con todo aquel macuto.
Mi aparición en los talleres, fue más expedita que la comunicación de Raquel, pero Sandrino, que así se apellidaba el
director, no tuvo reparo en dármele "entrada de obra" para su ejecución inmediata.
¡El vestuario! Quería todo fuera nuevo y como tenía la carta blanca de Raquel, me fui a ver a Pedro Sicard, jefe de los
talleres de costura del Ministerio. Tipo colaborador, decente y entusiasta que siempre tenía una solución al problema más
complejo que se le planteara, llegué a estimarlo muchísimo. Puso el almacén a mi disposición -organza, terciopelo, razo, paillettes,
tul, lentejuelas, de todo pude escoger- y con los diseños impresionantes de José Luis González Fuentes, la calidad y diversidad
de los tejidos seleccionados, entregué todo aquel material a la dupla de Ismael y Eduardo -Aun muy jóvenes, pero despuntando
ya como lo que llegarían a ser más tarde, excelentes modistos y diseñadores.
Solo me faltaban las flores, yo quería que todo el proscenio se engalanara de un extremo a otro y que en cada punta se
colocara una gran cesta, y eso lo logré gracias a la inmensurable Vilma Espín, que me recibió con la amabilidad y la bondad
que la caracterizaba. -Vamos a hacerle un lindo adorno florar con rosas, que imagino debe ser su flor preferida.
Todo se confabulaba, pensaba yo que a mi favor, pero no, es que bastaba mencionar a Rosita, para que cada una de las puertas
a donde llamaba se abriera. El cariño, el respeto y la admiración que dirigentes, funcionarios y artistas sentían por la Fornés,
era lo que me allanaba el camino sin haberlo yo previsto. Fue aquí cuando descubrí, la verdadera connotación artística de
Rosa.
En cuanto al elenco, contaba con 6 parejas del Ballet Nacional de Cuba que no irían a la gira de Don Quijote, el ballet
de Olga Bustamante, Miguel Ángel Masjuán junto al cuerpo de baile del teatro Carlos Marx y por supuesto, tenía a mi disposición
el elenco del teatro Lírico Nacional Gonzalo Roig, del que Rosa había sido fundadora y se encontraba en aquellos momentos
en su mejor momento.
La preparativos de una gala, convertida ahora en una gran producción, atender mis funciones en los salones del Gran Teatro,
los repetidos y largos viajes a los talleres de la Autopista del Mediodía, la selección de repertorio, los ensayos, etc. provocaron
que cayera en un deplorable estado de agotamiento, excitación e inseguridad que, me atrevo a aseverar, hicieron perdiera la
objetividad del entorno en el que me movía y sobre todo, la visión objetiva de a quién podría estarme enfrentando.
Como ya dije, Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba se encontraban de gira, por lo que al frente del teatro quedó
una persona que llamaré Sr. X ¿Por qué? Bueno, porque esta persona aún vive, se encuentra enferma y la experiencia acumulada
en estos años, me ha hecho comprender que un dirigente intermedio con el estatus de provisional, suele no tomar decisiones
propias, mostrar inseguridad e inclusive, pretender adivinar la manera de pensar de su inmediato superior, y actuar en consecuencia
de ello. El que dirige no puede tener miedo a meter la pata. Esta debió ser la situación de mi Sr. X, que logró crearme una
gran tensión alrededor del espectáculo, y no estoy seguro si hasta realizar su pequeña labor de zapa. El entusiasmo, no dejó
me diera cuenta que tenía en mis manos un espectáculo que podría molestar -a los mediocres e inseguros.
Yo, con solo cuatro años de experiencia, ante mi segundo gran espectáculo, en la primera sala del país y bajo una presión
que no era capaz de manejar, comencé a cometer errores, errores que fueron bien aprovechados para que aquella gala se me convirtiera
en un pasaje amargo y no en uno de disfrute, realización personal y profesional.
Un poco más atrás en el tiempo, durante este año de 1988, los días en que no tenía programación de los salones del Gran
Teatro, -lunes, martes y jueves- iba para casa de Rosa con el propósito de compilar, de manera sintética, su cronología artística.
Llegaba alrededor de las dos de la tarde y permanecía allí revisando cientos de recortes de periódicos hasta cerca de la una
de la madrugada en que, invariablemente, compartíamos un café con leche. A mediados del mes de junio logré concluir este complicado
trabajo que formó parte de los textos del programa de mano que se le entregaría al público en la gala.
Volvamos ahora al viernes 19 de agosto. Esa mañana, dos enormes rastras cargadas con la escenografía, llegaron a la "puerta
cochera" del teatro. Los tramoyistas -entre ellos Manuel Castañeda, el más iracundo de ellos- montaron en cólera al ver
el enorme volumen de elementos que tendrían que descargar y colgar en varas, por lo tanto el proceso de montaje se hizo en
medio de una atmósfera tensa y totalmente negativa, que soporté pacientemente para que el trabajo se concluyera.
Es en este momento, que comienzo a notar miradas de asombro y ciertos cuchicheos, pero yo estaba como un caballo desbocado
con par de anteojeras que solo me permitían centrar la atención en el espectáculo.
Terminado el montaje, me senté en platea a disfrutar de la escenografía que había diseñado con tanto entusiasmo y que
ahora veía hecha realidad. En esto aparece el Sr. X, que lejos de hacer algún cometario favorable, preguntó en tono violento,
por el costo de todo aquello que se veía en el escenario y quién me lo había autorizado.
Le expliqué lo que ya he relatado, y fue aquí cuando comenzó una de las peores semanas de mi carrera artística. Alicia
Alonso habría actuado de forma totalmente diferente, artista al fin, se hubiera entusiasmado, pero con este señor, el camino
parecía otro. Comencé a temer, sabiéndome incapaz de lidiar con una persona de sus características que, además de revelarse
como franco opositor, tendría poder de decisión hasta tanto llegara Alicia, del exterior.
Con las escenas y coreografías trabajadas en la sede del Teatro Lirico Nacional y ensayado con Rosa hasta el cansancio
los números que interpretaba en el espectáculo, el martes 23 entramos al teatro para el primer ensayo in situ, que transcurrió
con absoluta colaboración por parte del elenco y hasta pudimos montar algunas escenas con luces. Rosita no estaba citada.
Al siguiente día llegan de imprenta los programas y con sorpresa veo que mi crédito en la cronología y en las notas, había
sido eliminado. Redactados y entregados por mí en la imprenta en días anteriores, resultaba inexplicable. Me quedé atónito.
¿Qué estaba sucediendo? Decidí poner al tanto a Rosa.
-Rosita, creo que anda algo mal por aquí, y tengo mis temores con el buen desenvolvimiento del espectáculo-. Su respuesta
fue lapidaria.
-Si es así, no te preocupes, a ti podrán tirarte con balas de gran calibre, a mi tienen que hacerlo con bolitas de algodón,
tú tranquilízate-
Esa tarde - miércoles 24- se realizó la conferencia de prensa, muy nutrida por cierto y en la noche hicimos el segundo
ensayo donde sí participó Rosa.
El jueves en horas de la mañana encuentro en la puerta trasera del escenario un grupo de periódicos donde, a la gala,
se le daba una cobertura muy especial, con grandes titulares y fotos, pero mi nombre tampoco aparecía en ninguna de las amplias
reseñas, (conservo todos los recortes).
Algo a mis espaldas se cocinaba, alguien se movía de forma poco ética, pero no tenía la menor idea de qué, quién, ni el
por qué. El Lorca era mi centro de trabajo, me subordinaba a cinco vicedirectores ¿Qué había hecho mal, por qué nadie me daba
el frente y sucedía todo aquello sin que se me proporcionara una explicación? ¿No haber comunicado a mis superiores la espléndida
producción que había logrado sin costo alguno? Quizás, pero... ¿Qué mal había en ese esfuerzo?
Este jueves 25, tuvimos, en la noche el ensayo general. A mi lado se sentó el Sr. X., Su primer comentario, al que no
hice el menor caso, fue referente a la escenografía, que catalogó como demasiado ostentosa. Continuó a mi lado, inspeccionando
el ensayo y sin decir palabra alguna, hasta que al ver en una percha los 11 trajes que Rosa utilizaría, se insultó: -Es demasiado,
la vas a cansar con tantos cambios de ropa- Ya no pude más y mi respuesta ante tal comentario fue tan violenta y soez que
es imposible reproducirla en esta crónica. Se levantó muy ofendido y se fue. -Menos mal, me dije.
Llegó un momento en que el ensayo se dilató porque los bailarines que intervenían en el cuadro final, debían ajustar algún
desplazamiento, por lo que aproveché para darle descanso a Rosa y los solistas. Cuando quise continuar con el elenco, Rosa
no aparecía, pregunté y Calzadilla desde proscenio, me dice que se encontraba en el baño, esperé un tiempo prudencial pero
no llegaba, en esto un bailarín me comenta que ella estaba en una casa de la calle Consulado, viendo la telenovela brasileña
La esclava.
Cuando apareció en escena yo, que ya no tenía control sobre mí, me desboqué y de forma muy impertinente e irrespetuosa
la recriminé, me avergüenzo aun de la forma en que la traté. Ella solo respondió: -Respétame que yo puedo ser tu mamá. ¡Y
aquí apareció el Sr. X!, que no se había marchado, no, estaba escondido en la cabina de luces. Me arrebató el micrófono de
las manos y se dirigió a Rosa.
-Rosita, usted debe sentirse muy ofendida, yo le sugiero que suspendamos el estreno para más adelante-
Ella, con esa intuición innata de quien lleva tantos años en el medio, no lo dejo terminar
-No, no es necesario, estoy bien, es que Alfonso está muy nervioso, vamos a continuar con el ensayo-
Se había llevado al vuelo que algo no andaba bien y seguramente recodó mi comentario de días anteriores.
Terminamos el ensayo, al día siguiente debutamos y en el saludo final, -que tuvo un aplauso de once minutos de duración,
puede verificarse en YouTube- me sacó a escena. Por lo bajo le dije -Ud. se lo merece- ella respondió -Ayer cuando te fajaste
conmigo, dijiste que no me lo merecía-. Me tomó por el brazo, llegamos hasta proscenio y allí me abrazó tan fuerte que terminamos
los dos llorando. El público no dejaba de aplaudir.
Inicialmente, la gala estaba concebida en dos espectáculos diferentes: 25 y 26, por selecciones de operetas, zarzuelas
y comedias musicales y el domingo 28, por el repertorio de música popular de Rosa. Esta tercera representación se ensayaría
el sábado en horas de la tarde, antes de la segunda función.
La había concebido con menor complejidad, sin cuerpo de baile y una escenografía única, pues esa tarde se le haría entrega
a Rosa, de un gran número de diplomas y reconocimientos por parte de una larga lista de personalidades e instituciones, por
lo que el espectáculo debía ser de corta duración.
Ella había estado de acuerdo en llegar al teatro el sábado a la una de la tarde, ensayar y descansar después en el camerino
hasta la hora de la segunda función.
Pero ya yo no podía más, habían conseguido que llegara a odiar el teatro, y hasta mi propio espectáculo ¡Imperdonable!
El personal administrativo así como los jefes se habían encargado de dejar bien claro que mi presencia allí resultaba non
grata. Pienso que el altercado con Rosa, había servido de "cabeza de turco" para excomulgarme y hasta la empleomanía
del teatro, quizás sin tener la menor idea del por qué, me miraba como apestado -típica reacción de los que se sienten vulnerables
hacia los que "caen en desgracia", yo había caído en desgracia. ¿Mis superiores y en especial el Sr. X? se encontraban
"muy dolidos", "espantados" y "ofendidos" -mucho más que Rosa- por mi imperdonable actitud hacia
ella en el ensayo.
Decidí entonces que el domingo se hiciese la misma función que las dos noches anteriores que resultó también un rotundo
éxito. Germán Pinelli se encargó de presentar el cuadro final, donde una docena de instituciones y personalidades la colmaron
de felicitaciones, diplomas, un mar de flores inundó el escenario y el público la ovacionó. Fue una tarde muy hermosa e inolvidable.
El lunes 29 de agosto presenté mi carta de renuncia. Así terminó mi vínculo con el Gran Teatro de La Habana. Pienso que
quizás no supe manejar aquellas situaciones, no fui inteligente y mi falta de astucia y seguridad, propiciaron todos aquellos
malos ratos que, solo quienes lo han experimentado, conocen el daño que provocan.
¿En qué me equivoqué, a quién molesté, qué no hice correctamente? Nunca lo supe, ni lo sabré ya a estas alturas.
Comencé a buscar trabajo, pero donde quiera que llegaba, me bateaban. Una tarde me encontré con mi querida Alicia Perea
sentada en El Potín, le expliqué la situación en la que me hallaba y se sorprendió, pues había asistido a la gala de Rosa.
Me invitó a merendar y cuando nos despedimos me dijo: -Muchachito el éxito se paga caro-. Ese año lo terminé como repartidor
de telegramas en el correo de Línea y Paseo.
Pero en marzo del siguiente, ya estaba estrenando en la Sala Avellaneda del TNC, una versión mejorada y aumentada de la
Gala por el Aniversario 50 de Rosa, que después, llevaríamos con igual éxito a los teatros, Sauto de Matanzas y Terry de Cienfuegos,
ese fue el desquite.
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