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SIEMPRE LA FORNÉS














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Feliz Centenario Rosa de Cuba

SIEMPRE LA FORNÉS / Concierto por su Centenario
Resumen (Fragmentos)


UNA CONFESIÓN: MI DEBUT CON LA FORNÉS

No me fue nada fácil aunque finalmente Rosa me recibió a mediados de 1983, en casa de Lupe, su mamá, allá por el río Almendares, en la calle 28 entre 13 y 15. De manera muy rápida alcancé mi propósito: explicarle el proyecto que llevaba bajo el brazo y con el cual pretendía debutar como director artístico y con ella como figura central.

Me citó para el día siguiente en su casa del Nuevo Vedado, frente al Zoológico. Sería esa la primera de cientos de veces que subiría hasta aquel quinto piso, donde siempre me recibía Micaela, por la puerta de servicio, raramente se accedía a ese apartamento por la entrada principal.

Llegué con una maqueta al hombro, algo desarmada por el viaje en la ruta 119, más el guion y los diseños de vestuario realizados por mi tan querido José Luis González. Rosa se sentó ante mí, tan tranquila, atenta y respetuosa, que me sentí el mortal más indefenso y atrevido.

Hasta ese momento nunca había visto yo un escenario por dentro, un camerino, una vara de luces, de tramoya, y mucho menos tratado con artista alguno. Tenía ahora a la Fornés al alcance de la mano, solos los dos en su inmensa sala, dispuesta, creo yo, a observarme, quizás con una gran interrogante.

Tartamudo y tembloroso, comencé a explicarle el espectáculo. Evidentemente, notó mi nerviosismo, porque de pronto me interrumpió, tratando de infundirme algo de tranquilidad y confianza: «¿Hiciste la maqueta tú mismo?, te quedó muy bonita, ¡me gusta!». Solo esta acotación -sin dudas fue su propósito- bastó para que me sintiera Zeffirelli y continuara mi narración más cómodo y atinado.

Mientras me atendía con sorprendente modestia, su cara, y sobre todo su mirada escrutadora, fueron muy semejantes a las de la maestra de preescolar ante el dibujito rudimentario de un alumno. Llegaron entonces las preguntas que debí sospechar desde un inicio y a las que respondí como adolescente sorprendido in fraganti. El diálogo fue exactamente así:
-¿Y quién te va a hacer las luces?
-Yo- las diseño yo.
-¿Eres diseñador de luces?
-No, no-
-Pero tú has dirigido antes-
-No, Rosa, no.
-¿Y con qué orquesta piensas hacer esto?
-Con la Orquesta de la Televisión; el maestro Mario Romeu la va a dirigir.
-Hay números que quieres que yo haga, que llevan Coro.
-Sí, Octavio Marín me va a ayudar con el del ICRT.
-¿Y en qué teatro tú piensas hacer esto?
-En el Mella, Rosita; Sergio Vitier ya me dio fecha y presupuesto.
-Entonces ¿tú quieres que yo sea la figura central de tu debut como guionista, diseñador de luces, de escenografía, director y productor...?
No me atreví a responder, aterrado y casi seguro de una negativa.
-¿Dónde serán los ensayos? ¿Cuándo quieres estrenar esto?
-Mire, Rosa, Armando Rojas, el director de la Casa de Cultura de Calzada y 8, me dio su sala teatro para ensayar todos los días de 2:00 a 5:00 pm. El estreno es el 12 de octubre.
Y en esta oportunidad no mentía, ya había logrado que los maestros Mario Romeu y Octavio Marín también se involucraran con mi proyecto, con una benevolencia que hoy me cuesta creer y me llena de un profundo y eterno agradecimiento hacia ellos.

Ahí terminó la conversación con Rosa. No hubo de su parte ni un sí ni un no, se las ingenio magistralmente para dejarme con una casi conformidad no pronunciada. Tomé su ambigüedad como un rotundo sí, y me atreví a comenzar los ensayos con la Orquesta de la Televisión en los estudios de la emisora Radio Progreso.

A las pocas semanas, llegó el momento en que el maestro Mario Romeu me conminó: «Llama a Rosa y dile que ya puede venir a pasar algunos números». Le pedí de favor que la citara él, pues no me atrevía a llamarla. Al día siguiente, en los ensayos de la orquesta, tampoco me atreví a indagar con Mario si Rosa vendría o no.

Mucho antes de que echara a andar el primer ensayo, me las había ingeniado, no recuerdo de qué manera, para conseguir que la periodista Soledad Cruz, me recibiera en su casa, con el objetico de mostrarle mi guion y diera sus consideraciones. Ella fue conmigo tan condescendiente que cuando volví a su casa a los pocos días, para recoger el material que le había dejado, me dijo: «No dejes de comprar el periódico mañana, sale mi nota sobre tu espectáculo»

PROPUESTA DE OPERETAS PARA LOS JOVENES

[...] Tengo que reconocer que en el guion escrito por Alfonso (también la escenografía y las luces son suyas) hay ingenio y gracias y que las escenas encogidas de operetas estas engarzadas con chispeantes diálogos; combinan un poco la historia del género y un digno homenaje a una de sus grandes cultivadoras en nuestra escena: Rosita Fornés.
[...] Y creo yo que valdrá la pena llegarse al Mella tan pronto anuncien el estreno porque Alfonso ha trabajado con tanto amor y hay tantos deseos de que los espectadores la pasen bien y disfruten de un buen espectáculo, que estoy segura que hará en la calidad interpretativa del elenco, motivo para la satisfacción y en el espectáculo en general, sorpresas y muchos momentos de hilaridad

Soledad Cruz: "PROUESTA DE OPERETAS PARA LOS JOVENES", Juventud Rebelde, La Habana, 4 de julio de 1984

No me provoca ningún rubor confesar que compre 30 ejemplares, era la primera vez que aparecía mi nombre en una publicación.

Habíamos afrontado problemas con uno de los números que conformaban el repertorio: el dúo de los personajes Ben-Ibhen y Zobeida de la opereta El asombro de Damasco. En los archivos de la orquesta, aparecía la orquestación, pero faltaban la introducción y los primeros diez compases de los cantables. Ya me había advertido el maestro que la pieza no podría ir, cuando al comenzar el ensayo escucho que Mario ataca la introducción completa del dúo. Me miró y se echó a reír: había instrumentado los compases faltantes en hijuelas. Para rematar mi asombro, Rosa, entraba al estudio y al escuchar la orquesta comenzó a cantar desde las lunetas mientras avanzaba hacia el maestro con un desenfado impresionante:
Ella continuó el ensayo sin reparar en mí. Se pasaron: «Cuarteto» de La casta Susana, «Salida de Frou Frou» de La duquesa del Bal Tabarín, y cuando el maestro comenzó con la introducción de la «Salida del conde Danilo» de La viuda alegre, ella interrumpió:
-¿Quién va a cantar esto?
-Usted, Rosa -dije-: recuerde que se lo expliqué.
-Es que quisiera que usted saliera vestida de hombre a hacerlo.
-Yo nunca he cantado eso, no me lo sé. A ver, maestro, márqueme la entrada...
Y cantó la «Salida de Danilo» de arriba abajo como si formara parte de su repertorio habitual.
Terminado el ensayo, se me acercó:
-Bueno, ¿ya estás contento?

Nunca supe hasta qué punto Mario Romeu intervino como mediador, si Rosa no se encontraba totalmente convencida de ponerse en las manos del aficionado que era yo entonces, supongo que en algo ayudó porque él, cascarrabias y de muy pocas palabras, me hizo esta observación en presencia de ella:
-Si yo hubiera sido como tú, hoy sería un pianista de fama mundial, pero no tuve tu ímpetu.
En aquellos ensayos que realizamos en la Casa de la Cultura de Plaza, Rosa me daría mis primeras clases de teatro. Me llamaba aparte y me decía por lo bajo:
-No me digas vaya hacia delante, debes decirme baje a proscenio, y en vez de vaya hacia atrás, dime suba a foro... Tuve la mejor maestra.
Y no solo en ella, Ramón Calzadilla y Martha Cardona, que conformaban el elenco y también confiaron en mí, me supieron orientar, creo que me veían cariñosamente como un loquito que se metía en camisa de once varas. ¡Me ayudaron tanto, tan generosos fueron conmigo!

El 12 de octubre de 1984 después de un apagón de 3 horas, debuté en el teatro Mella a las once y diez de la noche. El público, que al irse la luz ya se encontraba dentro del teatro, decidió espontáneamente, esperar que se restableciese el servicio.

Alfonso Menéndez Balsa

FICHA TÉCNICA: De que gusta, gusta...
(Franz Lehar - Leo Bar - Amadeo Vives - Jean Gilbert).
Teatro Mella, 12 de octubre de 1984.
ELENCO: Rosita Fornés, Ramón Calzadilla, Pedrito Fernández, Martha Cardona, Ángel Toraño, Benig Rumayor, Carlos Alberto Telot (debut)
ORQUESTA, CORO Y BALLET: Instituto Cubano de Radio y Televisión.
DIRECCIÓN MUSICAL: Mario Romeu.
DIRECCIÓN CORAL: Octavio Marín.
COREOGRAFÍAS: Mayra Varona.
ESCENOGRAFÍA, DISEÑO DE LUCES, GUION Y DIRECCIÓN GENERAL: ALFONSO MENÉNDEZ.
FUNCIONES: 6

Disponible en:
https://tonypisani1.tripod.com/id49.html

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SIEMPRE LA FORNÉS / Concierto por su Centenario
Foto / Video (Photo Slide Show)

De Cuba una Rosa ("cuya suave fragancia...") - Cubaescena

Por Frank Padrón Los cien años de nuestra vedette por antonomasia, la eterna Rosita Fornés, fueron motivo de varias celebraciones que culminaron en dos conciertos en el teatro Martí.

MI FETICHE MI ALTER EGO

Así comenzó mi carrera y el estrecho vínculo de trabajo con la Fornés, donde primó la admiración mutua y el cariño, a lo largo de más de 36 años. Fueron innumerables mis espectáculos con ella, así como las largas charlas hasta bien avanzada la madrugada sentados a la mesa de su cocina frente a una taza de café con leche.

Esta relación me permitió conocer profundamente a la Rosita Fornés de la bata de casa, los rolos, el gazpacho y los espaguetis con atún. También su bondad, sus inseguridades, sus arranques violentos, su inexplicable sencillez, su capacidad de perdonar, su ingenuidad inteligente y, sobre todo, su gran calidad humana.

La familiaridad y confianza que surgió entre nosotros propició que llegara a escuchar de Rosa algunas confesiones y anécdotas sorprendentes, y otras que ponían al descubierto una capacidad de análisis que ciertamente contrastaba con su imagen de plumas y lentejuelas. Quizás fueron momentos en los que sintió la necesidad de exteriorizarse, y era yo el interlocutor disponible.

Compartimos situaciones simpáticas, también de profunda reflexión, tristes o aleccionadoras, muy oportunas para aprender la ciencia de desenvolverme en el medio artístico, que tan difícil se me hizo al comienzo. Fue además la encargada de darme clases magistrales al respecto, con unos cuantos porrazos. Vayamos a algunas anécdotas que la pintan de cuerpo entero.

Nos encontrábamos un día cambiando de lugar una de sus gigantescas e intocables macetas, cuando apareció en la terraza alguien que venía de la Embajada de México en Cuba, a entregarle varios casetes con gran parte de su filmografía en los Estudios Churubusco Azteca, pertenecientes a las décadas de los años 40 y 50. Almorzamos y enseguida escogió al azar, una de las cintas para visionarla. Se trataba del filme Tin Tan en La Habana, en el que ella y Armando Bianchi compartían roles principal con el famoso cómico mexicano. Al aparecer Armando en pantalla, dio pausa al video y exclamó: «¡Qué lindo eras! ¡Qué guapo! ¡Cómo te quise!», y me hizo el siguiente relato:
-Cuando me entregaron su cadáver en Guanabo, pedí que me dejaran sola con él, me senté a su lado y estuve no sé qué tiempo observándolo; de pronto vi la pequeña cicatriz que tenía en la frente y que le había causado yo al tirarle un cenicero en una de las tantas discusiones que tuvimos a causa de la dichosa bebida. ¡Me sentí tan culpable!
Empezó a llorar, y como ver un adulto en esas condiciones siempre me ha conmovido enormemente, para sacarla de aquel estado le comenté:
-Rosa, usted sabe que «fulanita de tal» -solo menciono aquí el milagro y no a la «santa»- me contó que en 1951 noviaba con Armando y estando sentados los dos en el vestíbulo de CMQ, apareció usted, dejó caer su cartera y él, raudo y veloz, la recogió y se la entregó.. Me confesó que en ese momento pensó: «Esta cabrona no va a parar hasta quitarme el marido».
Oyó mi relato en absoluto silencio, mientras yo me convencía de haber metido la pata. Se inclinó para tomar el mando del DVD y al darle play, me aseguró con carita pícara:
-Así mismo fue.
Armando Bianchi murió en 1981, no llegué a conocerlo personalmente, pero no caben dudas de que entre ellos hubo un gran amor.

En medio de un ensayo del unipersonal Ser artista, (30 de octubre de 1987) que escribí especialmente para ella, sucedió algo conmovedor.
El espectáculo terminaba con un monólogo que Rosa interpretaba retirándose el maquillaje.
La idea era precisamente despojarla de todo artificio para darle intimidad y veracidad a aquella suerte de confesión. Uno de los parlamentos finales decía: [...] en los escenarios he encontrado y perdido un sinfín de cosas, quizás aquellos Si bemoles se me fueron por una de sus ranuritas, sin embargo, encontré un compañero para las buenas y las malas que también lo perdí [...]
Al comenzar el segundo pase, ella no aparecía; fui hasta su camerino y allí estaba, llorando. Me tomó la mano:
-Diciendo ahora tu monólogo me di cuenta de que el trabajo y los compromisos no me han dejado llorar la muerte de Armando, y han pasado ya cinco años.
Otra de sus características sui géneris fue la de sorprender con momentos de tal despiste que provocaban una hilaridad que disfrutaba a la par de los demás.

En el monólogo sobre La casa de Bernarda Alba, de ese mismo unipersonal, ella interpretaba todos los personajes y lo hacía de manera tan magistral, que me propició el premio UNEAC del Concurso Nacional de Escenas Líricas el 17 de enero de 1989
[...] sales a tus tías, blancas y untuosas que ponían los ojos de carnero al primer piropo de cualquier barberillo [...], debía decir Bernarda, pero en una presentación en el Teatro de la Ciudad, en México DF, ella soltó: «...ojos de carnero degollado». Su «aporte» a los textos de Lorca me hizo dar un brinco en la luneta. Terminada la función, cuando fui a regañarla, no me dejó hablar:
-Sí, ya sé que dije «carnero degollado». ¿Tú crees que se hayan dado cuenta?
Nos miramos y soltamos una carcajada.

Un domingo, a las cinco de la tarde, tendríamos la última función del unipersonal Ser artista en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba. Para mi sorpresa, cuando llegué a casa de Rosa, cerca de la una, aún se encontraba durmiendo.
Como antes de salir para una función, ella cumplía una rutina sistemática y muy pausada: baño, desayuno o almuerzo, maquillaje, peinado, luego bajar al garaje y antes de encender el motor del carro, fumarse ceremoniosamente un cigarro, era ya casi imposible llegar en hora al teatro, y le pedí a Micaela que la despertara de inmediato.
Cuando Rosa despertó y supo la hora, explotó en uno de esos arranques que, casi siempre ecuánime, se gastaba de vez en cuando.
-¡Cómo me han dejado dormir hasta tan tarde, si tengo función ahorita!- exclamó muy molesta, furiosa.
En eso sonó el teléfono, lo atendió, y después de unos minutos, lanzó el aparato con tal ira, que fue a dar a la terraza
-¿Qué pasó?
-¡Alguien que todos los días me llama para decirme vieja!

Pocas veces la había visto tan violenta. Antes de meterse en su cuarto para comenzar el ritual, le pidió a Micaela que le planchara una blusa de seda blanca que se pondría con un traje de chaqueta gris.
Bajo un silencio absoluto, respiré pensando que la tormenta había pasado. Al rato, Micaela entró en la sala con la blusa en la mano.
-¡Alfonso, mire lo que me ha pasado!- y me enseñó la blusa con la marca de la plancha y un agujero en medio de la espalda.
-Micaela, yo me voy para el teatro. Dígale que la espero allá, porque cuando vea la blusa, entonces sí que arde Troya.
A punto de huir por la puerta de la cocina, apareció Rosa preguntando por qué me iba. Yo quedé en una pieza y Micaela, muy despacito, comenzó a desenrollar la blusa que llevaba envuelta en las manos.
Apreté los dientes, tragué en seco, cerré los ojos y me dije: «Aquí vamos a volar como Cafunga». Micaela, mostrando la pieza, se limitó a decir temerosa: «Se me quemó». Rosa tomó la prenda, la examinó, yo quería que la tierra me tragara, pero ¡sorpresa!:
-No importa, Micaela; en definitiva, nunca la he usado porque no me gusta mucho, iba a estrenármela hoy... Échala a la basura, me pongo otra cosa.
Así, amable, comprensiva e inexplicablemente afable, reaccionó ¿Dónde había quedado la fiera que momentos antes había entrado como una tromba marina al cuarto?

Nos sentamos en el carro rumbo al teatro; encendió su cigarro con magnífico humor, y al ver que yo no me atrevía a decir ni esta boca es mía, preguntó:
-¿Y tú qué tienes que estas tan callado?
-¿Yo? Na-, pensando en las musarañas.

En una de las sesiones de café con leche, me comentó de una promesa incumplida a San Lázaro. Cuando uno de sus nietos, de apenas unos días de vida, padeció impétigo, ella prometió llevar a la iglesia del Rincón 500 pesos en monedas de un centavo, como ofrenda para que el recién nacido sanara, ya habían transcurrido varios años y se sentía en deuda con el santo.
-Ya logré reunir todos los quilitos, pero no quisiera ir porque cada vez que visito el leprosorio salgo muy angustiada; necesito que alguien de confianza me ayude a cumplir la promesa.
Nuestra gran vedette acostumbraba ir al Rincón con cierta frecuencia, e inclusive varios enfermos eran sus ahijados y la adoraban -la acompañé en una oportunidad y pude ver cómo los pacientes la veneraban.

Casualmente, un niño que había estudiado conmigo el tercer grado en los Escolapios de Guanabacoa, ya adulto había profesado y oficiaba en la capilla de San Lázaro: Joaquinito, un muchacho cohibido y bonachón, tan noble y penoso, que en la escuela era el puchimbá de todos nosotros. Le comenté a Rosa y me pidió que se lo llevara para pedirle ayuda en la encomienda. Así lo hice y Joaquinito, que era un alma de Dios, se sintió muy halagado y agradecido de poder conocer personalmente, a una artista a quien tanto admiraba.

Mientras ella le preparaba una merienda, en el momento en que cortaba unas lascas de queso, yo, que tenía absoluta confianza con el curita, le pregunté sin maldad alguna:
-Joaquinito, ¿cómo tú resuelves el asunto del celibato?
A Rosa se le botaron los ojos, y el cuchillo con el queso y el plato fueron a dar al piso. Terminamos la merienda y Joaquinito se marchó con el compromiso de pasar más adelante con un transporte para recoger la bolsa con los 500 pesos en centavos que pesaba una tonelada.
Ya solo los dos, me reprendió:
-¡Alfonso, ¿cómo se te ocurre hacerle semejante pregunta? Por poco me muero de vergüenza!, ¿Y por fin, te dijo cómo resolvía?

Nunca escuché a Rosa, verter criterios negativos sobre un compañero. Si la persona de la que se hablaba no era de su agrado, o simplemente no la admiraba artísticamente, a lo máximo que llegaba era a no elogiarla. No obstante, un día me sorprendió con este comentario:
-Ayer en un camerino del teatro América, alguien estaba diciendo horrores de ti.
-¿Quién fue?- le pregunté enseguida.
-No, no te lo voy a decir, porque te conozco, y cuando te desbocas, trepas por las paredes. Confórmate con saber que todos los que nos encontrábamos allí le salimos al paso y tuvo que callarse la boca.

Transcurrieron algunos días, y en la Gala por el aniversario 50 del debut de Esther Borja, para la cual debí distribuir, por el numeroso elenco, cuatro solistas en cada camerino de cambio rápido, entró al de Rosa una artista muy querida y admirada por mí que compartiría con ella el espacio. Mientras nos abrazábamos con gran afecto, me percaté de la mirada de la Fornés, esa mirada que yo conocía perfectamente. La recién llegada colocó sus pertenencias y fue a fumarse un cigarro. Cuando dirigí a Rosa el gesto inconfundible de ¿qué pasó?, respondió:
-Hiciste bien, los artistas somos muy temperamentales y no hay que tener en cuenta las tonterías que a veces decimos sin pensar.
Al inicio no comprendí, y después caí en cuenta:
-¿Era ella la que desbarró de mí en el América?
La respuesta fue enigmática, y elocuente:
-¿En qué camerino está Esther? Quiero ir a saludarla.

El 3 de febrero de 2013 fue nuestro último trabajo por su cumpleaños 90 en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. No nos volveríamos a encontrar hasta mayo de 2017 con motivo de la realización del documental Nacer todos los días. Fuimos Magda González Grau y yo a su casa para entrevistarla y al despedirnos me dijo: «No te vayas todavía, ya aquí no viene nadie a visitarme, estoy tan sola...». ¿Cómo imaginar que sería la última vez que la vería con vida?

El 9 de junio de 2020, en horas de la madrugada, la llamada de un amigo me ponía al tanto de su ya muy grave estado de salud: «Los médicos no pueden hacer nada más, está muy malita»

Llegué al Martí muy temprano; sabía que su cadáver estaba expuesto en el palco central de platea, pero preferí permanecer en la cafetería. En el escenario, una gran pantalla proyectaba imágenes de mi archivo personal, que, en horas de la madrugada y a solicitud del viceministro de Cultura Fernando Rojas, había recogido en mi casa Jorge Luis Frías, director de la agencia artística a la que Rosa había pertenecido durante años.

A pesar de encontrarnos en cuarentena, cada vez llegaban más personas para rendirle tributo. La interminable fila de admiradores me obligaba a preguntarme cómo habían podido trasladarse si estaba suspendido el transporte de pasajeros.
La organización era perfecta. Nos hicieron el test rápido para la detección de la Covid, la cafetería brindaba servicio gratuito, el teatro con sus cien puertas abiertas parecía más iluminado que nunca, y a pesar de la cantidad de personas, reinaba un silencio respetuoso, contenido. La televisión cubana trasmitía en vivo la ceremonia.

Durante los tres minutos en que hice guardia de honor ante su féretro, recordé mi debut, la primera vez que vi mi nombre en una marquesina, en un periódico, mis inicios como guionista, director, diseñador de luces, de vestuario, de escenografía, el primer aplauso y la primera crítica, mi premio UNEAC, la primera salida al exterior, todo había sido con ella, gracias a ella.

Momentos antes de que se iniciara el recorrido hasta el cementerio, le pedí a su hija Rosa María que solicitara a los periodistas detener por un momento las grabaciones y fotografías. Me despedí de Rosa con un beso en la frente y la cité para el próximo ensayo.

Alfonso Menéndez Balsa

Cien años de Rosita Fornés, los mitos no mueren

Cuentan que a los 13 años, viviendo en España, despertó en ella la pasión por el arte. A bordo del trasatlántico Manuel Arnús realizó su primera presentación en público, acompañada al piano por otra pasajera. Interpretó el tango "Silencio en la noche", de Horacio Pettorossi y Alfredo Le Pera.


El 10 de junio,
el Canal CLAVE emitiría la función de
"SIEMPRE LA FORNÉS"
grabada en el Teatro Martí,
el 11 de febrero,
Día de su Centenario.

SIEMPRE LA FORNÉS / Concierto por su Centenario
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