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UNA PELIGROSA AVENTURA DE PEÓN
Pero volvamos atrás, el 1° de enero de 1939, Ramón Peón publicó una enérgica protesta al recibir noticias de la aparición
en México de un calumnioso artículo que lo llamó «El enemigo número uno del cine en español». Esas declaraciones malintencionadas
ignoraban su condición de pionero de la industria cinematográfica en ambos países:
No todas mis películas han sido buenas, pero ¿adónde está el director que no las haya hecho malas también? Son muchos
los elementos que tienen que reunirse para lograr un éxito en producciones en castellano. Es muy distinto ver los toros desde
la barrera. No es discutirse si mi labor en el cine hispano, ha sido buena o mala, pero de que mis películas no le gusten
al señor que escribió ese artículo, a que yo sea «El enemigo número uno del cine en español», hay una gran distancia.
El realizador no cesó de abogar en sus colaboraciones para Cinema en pro del cine cubano ni en sus ataques a los enemigos
de la cinematografía nacional. Para él eran aquellos empresarios «sabihondos», ansiosos solo del beneficio personal, y que
para darse ínfulas se atrevían incluso a criticar las películas que les reportaban ganancias. El 5 de marzo aseveró:
Cantar una rumba o un son, no basta para dar a una película cubana, la característica de identificación criolla. Es necesario
que sus tipos, sus intérpretes y la ideología de la obra en sí, marche a tono con nuestra idiosincrasia. Además no es indispensable
seguir el patrón inconfundible del teatro vernáculo. Pueden ser cubanas nuestras producciones, sin que en todas, aparezcan
el Negrito y el Gallego, tan favorecidos en nuestro teatro y aún en las primicias de nuestro cine.
Retirado de la PECUSA, Peón reagrupó la unidad técnica que intervino en el rodaje de Ahora seremos felices para la productora
CHIC, entre ellos al fotógrafo norteamericano Robert E. Cline y como asistente de dirección a Héctor Rodrigo. Peón puso en
marcha un nuevo proyecto para la Compañía Fílmica Santa Cruz, con el aporte de Moisés Capeluto, conocido prestamista, y de
José Ramón Medina, ahora gerente de International Films de Cuba (Consulado no. 157), pero que había sido el productor y distribuidor
de Casi varón (1926), una de las primeras obras del cineasta. Aunque en un inicio la nueva película fue anunciada como A La
Habana me voy, el título definitivo fue premonitorio: Una aventura peligrosa. Esta supuesta «comedia» musical se filmó mayormente
en exteriores. Los interiores fueron rodados en estudios cercanos al cementerio chino.
Cinema publicó el 9 de abril de 1939 que para aprovechar la estancia en la isla de John Bux, el hombre goma, «genial autor
y bailarín excéntrico de fama mundial», Peón filmaría Una aventura peligrosa antes de A La Habana me voy, la segunda de una
serie de tres prevista por el cineasta y que completaría demasiado tarde, escrita por el actor genérico Julio Gallo para ser
protagonizada por él. El staff quedó conformado por Ernesto Caparrós (ingeniero de sonido), junto al eficaz equipo de Manuel
Solé, Alejandro Caparrós y Mario Franca; Luis Caparrós de asistente del fotógrafo Bob Cline; José Ochoa como jefe de iluminación,
con sus auxiliares Roberto Insua, Francisco Torres, Félix Macías y Rafael Macoreto. De las labores de script se encargaron
José Reinaldo y Andrés Soto; Carlos Gallo de la utilería; Sergio Miró fue el maquillador jefe secundado por Israel Fernández.
Como stillman fue contratado Fernando Lezcano y la jefatura de casting la ejerció Julio Vázquez. La gerencia de producción
corrió a cargo del joven y cada vez más despabilado distribuidor Raúl Medina, con la colaboración de Domingo Sasiaín.
Peón lanzó la primera voz de «¡Cámara!» para filmar las escenas iniciales el lunes 10 de abril en exteriores seleccionados
en el pintoresco reparto San Pedro, cercano a San Francisco de Paula, junto a la Carretera Central. Al día siguiente en el
Teatro Alkázar, los empresarios cubanos organizaron un homenaje a Ramón Peón, «el director que ha dirigido más películas en
español» y a través de él, rindieron tributo a la cinematografía en castellano.
Ramiro Gómez Kemp, cantante de moda en la cadena radial National Broadcasting Company, Incorporated (NBC), compuso parte
de la música y escribió el argumento, trasladado a términos cinematográficos por Peón, de nuevo como director aunque al principio
se rumoró que solo sería el productor. La premisa es la absurda pretensión de don Pancracio (Aníbal de Mar) un acaudalado
comerciante residente en Batabanó, pueblo sureño habanero de presentar en el programa radial «La Corte Suprema del Arte» a
su hijo Felipito (John Bux) para que el público aprecie su dudoso talento histriónico. Los protagonistas intervienen en la
capital en ese exitoso espacio radiofónico, al que el «niño prodigio» concurre a... bailar. Su presencia en los estudios de
la CMQ de Monte y Prado, donde se desarrollaba el concurso para descubrir talentos, inicia las peripecias de una cuestionable
comicidad. Los gags forzados no provocarían la más mínima sonrisa en el espectador, propensos a la hilaridad.
Los personajes de don Pancracio y Felipito fueron creados por Aníbal de Mar en el espacio radial «Una hora en broma y
en serio» (CMKD de Santiago de Cuba), a donde fue a parar después de recorrer la isla como el chispeante negrito Arango en
varias compañías teatrales y desdoblarse en apuntador y cantante de tangos. El binomio Pancracio-Felipito fue conocido por
los oyentes argentinos a través de la emisora LR1 Radio El Mundo por un contrato de Aníbal de Mar con una comercializadora
de pasta dental que le permitió promover su caracterización de Chan Li Po. En 1939 eran muy populares en la radioemisora CMQ
y el guión pretendió trasladar sus divertidas tribulaciones a la pantalla grande, sin lograrlo.
El punto de partida estaba de antemano condenado al fracaso: estructurar un argumento alrededor del sangrigordo John Bux,
a quien Peón contrató en exclusiva». Nacido en el poblado de Vich, Barcelona, en 1908 con el nombre de José Buxó, era un ordinario
imitador de Stan Laurel en sus expresiones y hasta en el vestuario. Al ver Una aventura peligrosa resulta increíble la trayectoria
reflejada en el press-book del «artista coreográfico catalán de músculos y nervios de goma», como lo calificó un cronista:
presentaciones en el Follies Bergére, Olimpia y Palace en París e importantes coliseos de Madrid, Barcelona, Lisboa, Londres,
Gibraltar, Berlín, Bruselas, Holanda, Buenos Aires y en el Teatro Alameda de México, donde conoció a Peón.
Ante alguien así es justificable la reacción de los espectadores enardecidos y estafados que destruyeron el teatro donde
«actuaba» el mimo. Declarados incendiarios, padre e hijo van a parar a la cárcel en el Castillo del Príncipe y hasta allí
rodeados por «los más terribles criminales de la República», que planean una revuelta, el muchacho persiste en repetir su
ridícula coreografía.
Durante una visita de su enamorada, él le dice con su limitado repertorio de muecas: «Me lo dijo el corazón, y el corazón
nunca engaña» y, de inmediato como si se tratara de un aviso concertado, un presidiario inicia una canción con la frase.
La trama supone el socorrido pretexto para incluir números musicales compuestos por Lecuona (la marcha «Habana»), el matancero
Nilo Menéndez (1902-1987), radicado en Nueva York, y el propio guionista Ramiro Gómez Kemp, encargado de la dirección musical
de la película. Decidido a demostrar sus dotes como compositor, este último contribuyó a erigir un monumento al kitsch cinematográfico
con la interpretación de su nana « Duerme, muñequita» por el dúo infantil Miriam y Anolan Díaz (madre del popular cantante
panameño Rubén Blades)," inexplicables «estrellas nacientes» de «La Corte Suprema del Arte». De su cosecha aporto a la
canción rumbera «Magdalena», con música de Menéndez y en la voz Elsa Valladares, «ídolo nacional femenino», y «El corazón
nunca duerme cantada por Raúl Fernández Criado acompañado por Lorenzo Pego Puig en el acordeón y en la guitarra por Miguelón.
Hasta Ramón Peón añadió de su inspiración la guaracha «Sandunguera», cantada por Aníbal de Mar y Reinaldo Henríquez. La Banda
de la Cárcel de La Habana ejecutó la marcha «Superación», original de Francisco Rojas, teniente del Ejército Constitucional.
De los arreglos se encargó Ramón González. Los bailables de John Bux en los estudios de la CMQ y en el Teatro Nacional fueron
acompañados por la orquesta «Discos vivientes», dirigida por él mismo.
María Pardo, prominente actriz del teatro bufo, era subutilizada en el personaje de doña Fifita, como también Julio Gallo
en el dueño de la carpa. Figuraron en el reparto: Xiomara Fernández (Fabiolita), Paco Salas (el cura), Sergio Miró (Morrucho),
Carlos Alpuente (Chumacera), Juan Alonso (Perico), Arturo Liendo (el locutor de CMQ), Armando Vento (Che Trompita), Roberto
Navarro (el miedoso), Pascual Toledano (el abogado), Reinaldo Henríquez (Venancio, «el contador»), Luis Rodríguez (juez),
Guillermo Bango (niño chicle), Zacarías Hernández (sargento) y, en una actuación especial, Raúl Fernández Criado (cantante
en la cárcel).
«La Corte Suprema del Arte», primer programa de aficionados inaugurado el 1ero de diciembre de 1937, donde el aplauso
del público presente en la transmisión decidía quién era el triunfador. «Tocarle la campana» a los malos concursantes constituyó
un atractivo inicial en este espacio que de 1938 a 1940 originó una nueva era en la radio nacional." Del staff de la
Corte... intervinieron en esta película el popular locutor José Antonio Alonso, Ramón Viña, jefe de estudios; Manuel Fernández,
operador de control en los estudios; Edelmiro Vázquez, guarda jurado de la popular emisora radial, y el chofer Mario Figueredo.
Los propietarios de la CMQ, Ángel Cambó y Miguel Gabriel facilitaron de forma gratuita sus figuras como aporte -nada desinteresado-
a la producción cinematográfica. Su presencia en la película contribuyo a difundir «La Corte...», auténtico espacio de renovación
radial patrocinado inicialmente por los cigarros Competidora Gaditana.
Una simple prueba, sin casting, convenció a los ejecutivos de la emisora, urgidos de una jovencita quinceañera rubia y
bonita que supiera cantar, de incluir a Rosita Fornés en el papel de María del Valle, intérprete de la canción «Intrusa de
amor» de Gómez Kemp. Una aventura peligrosa selló el debut en la pantalla de Rosita Fornés, destinada a convertirse en una
afamada vedette. Era una de las cantantes en la secuencia final de «La Corte Suprema del Arte», como parte de la presentación
de sus «estrellas nacientes que se han ganado el favor del público», según decía José Antonio Alonso, maestro de ceremonias.
Contra la realización de esta película, amén del irrisorio presupuesto, conspiraron una serie de circunstancias. En ese
tiempo, solo la PECUSA -que brindó todos los medios a las dos primeras producciones de Peón-, disponía de una base técnico-material
completa para la producción fílmica en Cuba. Los estudios de la CHIC no tenían laboratorios propios para el revelado de los
negativos y rushes, solamente equipos y un foro muy pequeño. Peón finalizó satisfecho la última toma el martes 24 de abril
de 1939 al cabo de solo catorce días de filmación de Una aventura peligrosa. Confirmaba así su merecida reputación, adquirida
en México, de «director relámpago» al mismo tiempo rentable por haber invertido un costo de 9,357.13. El día anterior Jean
Ángelo había dado la orden de: «¡Acción!» al iniciar del rodaje de Manuel García, el rey de los campos de Cuba, primera -y
única- producción de la compañía Habana Films.
El procesamiento inicial de Una aventura peligrosa fue realizado en los laboratorios de Jorge Piñeyro. El 18 de mayo Peón
y José Ramón Medina embarcaron vía Miami hacia Nueva York con los negativos para la regrabación y la impresión de copias.
Según comentarios del realizador, este viaje coincidió con la presentación en esa metrópoli de El romance del palmar, con
subtítulos en español, dato difícil de verificar. Por otra parte, cubanos vinculados a la Monogram Pictures Corporation viabilizaban
la negociación de dos producciones a rodar en la isla con argumento y personal técnico-netamente criollos. La firma se aprestaba
a producir y distribuir en la temporada cinematográfica 1939-40, un total de cincuenta y cuatro películas.
«La aventura peligrosa» que implicaba el viaje a La Habana de los personajes ficticios, no lo fue menos para Ramón Peón
al rodar este detritus fílmico. Si la propuesta original era realizar una pésima película, no podría haberle quedado mejor.
Es inconcebible cómo alguien poseedor de pericia técnica y experiencia acumulada en una notoria cantidad de títulos, pudo
incurrir en semejantes torpezas. El estreno fue programado el 1ero de junio en el Teatro Nacional, bajo la campaña propagandística
de la distribuidora Internacional Films de Cuba que garantizaba «¡Hora y media de risa!».
En su sección «El mundo del cine», José Manuel Valdés-Rodríguez publico el 2 de junio su temido comentario que, inesperadamente,
no abordó el estreno de la noche anterior con el tono implacable que ameritaba. Ponderó las interpretaciones de María Pardo
en un personaje que apenas ofrecía oportunidad de lucimiento, y de Aníbal de Mar, que debía despojarse de cierto lastre de
chabacanería y reiteración. El crítico atribuyó, sin embargo «una eficacia cómica elemental y simplista» al insoportable John
Bux, alabo el mínimo de eficiencia muy encomiable por técnicos inexpertos, pero inteligentes, estudiosos y tenaces, para luego
añadir que Peón había logrado:
en este film realizado con muy modestos medios económicos y técnicos pero discreto y entretenido no obstante la insignificancia
del asunto y su gracia un poco gruesa y, aún diré que el mal gusto en algunos personajes y sobre por todo por algunos de los
chistes de don Pancracio. [...] Su film tiene más fluidez y coherencia que otros anteriores realizados con medios materiales
considerables y abundancia de colaboradores y artistas profesionales. Ha manejado bastante bien los escasos recursos a su
disposición e impreso a su cita un mínimo de bondad específica que la hace merecedora de atención.
En Una aventura peligrosa, la cámara y el lente padecen igual pacatería que otras cintas de Peón. El montaje, carente
de todo ímpetu creador, se reduce a la sucesión llana de las escenas, mero desarrollo temporal del asunto en decir, a una
simple continuidad que es el grado menor y más elemental del montaje. [...] Ramón Peón ha logrado en todo momento una fotografía
uniforme y pastosa y controlado muy bien la luz aún en los spots tomados el exterior. Caparrós, que tuvo a su cargo el sonido,
ha demostrado una vez más que sabe lo que hace, pues la sincronización y la gradación del tono de las voces, la música y los
ruidos es discreta y aceptable.
El Anotador, anónimo cronista de Cinema, enumeró los conceptos que harían de Una aventura peligrosa una «obra digna de
encomio» y un rotundo éxito de taquilla: «la acción sin tregua que se admira en cada una de las escenas», un «ritmo tan ágil
y maravillosamente interesante», nunca antes visto en una película en castellano. Terminó por calificarla como una «película
de postín, hecha con todas las de la ley», que será «presagio de bonanza en los teatros de Cuba, porque en ella palpita optimismo,
buen humor, y arte en cantidad». Evidentemente, el firmante era cercano a Peón y Medina publicista de la productora, o se
refería a otra y no a Una aventura peligrosa. Enrique Perdices, siempre generoso con las películas cubanas, se vio forzado
a abstenerse de su indulgencia habitual hacia la obra de su viejo amigo Peón, programada hasta el 8 de junio. En la edición
de Cinema correspondiente al día 11, además de subrayar las imperfecciones de la fotografía y el sonido escribió en su columna
«Son cosas nuestras»:
El redactar estas líneas es para nosotros «una aventura peligrosa» porque hemos disculpado tanto, que la disculpa llegó
a su límite. El cine cubano siempre nos tuvo como su más decidido defensor, y esto nos obliga a seguir defendiéndolo; porque
no quisiéramos tener que lamentar que nuestra industria muera antes de nacer. Ramón Peón dijo desde nuestras páginas que no
era posible hacer una película si no se contaba por lo menos con veinte mil pesos. Esto lo demostró con datos contundentes.
¿Por qué entonces lanzarse a Una aventura peligrosa conociendo el peligro?
Los récords de velocidad dejémoslos para los automovilistas o para los que montan en bicicleta. El costo al público nada
le interesa; porque a él, le han de cobrar el mismo precio por la entrada. La economía solo puede favorecer al productor,
y si este invierte poco, que no piense comer «pan grande».
Una aventura peligrosa es una película pueblerina donde falta asunto para que se luzcan Aníbal de Mar y María Pardo, y
sobran oportunidades para las pesadeces de John Bux. La música no seduce, son composiciones hechas para salir del paso, el
número de Lecuona jamás se oyó peor cantado. [...] Seguiremos viendo ensayos. Quizás algún día alguien toque la flauta por
casualidad.
Víctor Reyes precisó que fue «un infantil episodio que restó gloria al más grande de nuestros directores, pero a quien
las cosas salieron adversas». Peón desconocía que por entonces, un aragonés llamado Luis Buñuel, con quien coincidiría en
estudios mexicanos, ya proclamaba que «la necesidad de comer no excusa la prostitución del arte». En la filmografía de Ramón
Peón, Una aventura peligrosa es un imperdonable accidente, algo así como una película que Ed Wood, avergonzado por el resultado,
habría preferido filmar con el seudónimo de Alan Smithee."
Tomado del libro
Cronología del cine cubano II
(1937-1944)
Arturo Agramonte / Luciano Castillo
Ediciones ICAIC, 2012
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